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sábado, 17 de julio de 2021

Tour 2021: El ocaso de estrellas e inicio de una nueva generación


Por Oscar Trujillo Marín.-

Ciclismo Internacional.-


Entre el inexorable paso del tiempo y la irreverente calidad superior -con resultados instantáneos pasando de juveniles a cracks, sin escalas de la nueva generación sub 23 de ciclistas precoces, a una decena de los mejores corredores de grandes vueltas que dominaron la segunda década del siglo 21 les ha llegado la jubilación forzada o el ostracismo.

Al menos su reconversión en caza etapas, gregarios, pendones rodantes, anunciantes de publicidad en el maillot -sin ningún peso deportivo o corredores con pasado ilustre y presente más bien lánguido-, casi anónimo ya en el pelotón, que viven del cada vez más lejano fulgor de sus mejores temporadas.

“Nada es para siempre y hasta la belleza cansa”, cantaba el mexicano José José con su gesto triste en los ochentas. “Todo tiene su final y nada dura para siempre”, replicaba el único cantante que respiraba debajo del agua, Héctor Lavoe, tras su apoteósico cuarto de hora de esplendor a principios de los setentas en las pistas de baile neoyorquinas cuando la salsa brava era más que una religión, amén.

Es normal que los grandes ídolos y figuras que han mantenido hegemonía o dominado un deporte vayan menguando en sus resultados o prestaciones, con la edad, por muy genios que hayan sido. Pero esto siempre había ocurrido en un proceso gradual, paulatino; la jerarquía y privilegiadas capacidades físicas les valían para seguir ganando -con cierta facilidad-, a pesar de rondar los treinta y tres años. Edad mística en que la palmó Cristo de crucifixión, Alejandro Magno de paludismo y Bruce Lee por una reacción alérgica a un analgésico amalgamado con tranquilizante. Los 33 años, esa histórica frontera donde los grandes vueltómanos empiezan a perder fuelle, por lo general y salvo escasas excepciones a lo largo de la historia no vuelven a pisar el podio.

Pocas dudas tienen aficionados y entendidos en el ciclismo hoy en día en reconocer que, ante un Pogacar, Bernal o Roglic desatados, en forma, ningún ciclista veterano, por encima de la treintena tiene chances de arrebatarles una gran vuelta, salvo entre ellos mismos (en el caso de Roglic), que sí tiene con que poner en aprietos a los dos jóvenes ya ganadores del Tour.

El ex esquiador hoy por hoy sí tendría chances, pero ningún treintañero más. Primoz es un caso especial, a pesar de tener  31 primaveras, lleva solo 4 temporadas en la élite de los especialistas en pruebas por etapas. Su llegada al nivel más alto (y al ciclismo en general) fue muy tardía, más a la vieja usanza, como esos cultivados prospectos que solían explotar a los 28 años y sus mejores tardes las brindaban durante el siguiente lustro.

Con 35 mayos y tres campañas (esta incluida) por debajo de su mejor nivel mostrado jamás, -cuando ganó su Tour de Francia 2018-, Geraint Thomas deberá abdicar a su ambición por seguir siendo jefe de filas en INEOS Grenadiers. A su histórica tendencia “landiana” de acumular caídas y desgracias cuando llega de favorito, se une una manifiesta inferioridad en la escalada cuyo pico lo tuvo hace tres veranos, tras casi 10 años como gregario al servicio para la gloria de otros. Por gratitud, si él quiere el equipo lo puede mantener uno o dos cursos más en nómina, total, en el Reino Unido es una celebridad. Pero al galés se le empieza a ir el tren.

La escuadra británica ya habrá tomado nota que sus únicos líderes con opciones reales de ganar una gran vuelta en la actualidad son Bernal y Carapaz (lo cual es algo inquietante para tan exagerado presupuesto y extensa nómina de nombres cotizados) que, dicho sea de paso, están un escalón por debajo de los dos eslovenos de moda, tanto en las cuestas y, por supuesto, en la crono. Sí, tal como lo oyen, porque la extraordinaria y sobrada versión del ecuatoriano en las cumbres que le hizo ganar su Giro de Italia 2019, de momento no la hemos vuelto a ver. El año pasado no pudo con Roglic en la montaña de la Vuelta a España.

Las veces que Bernal se ha medido con Roglic no ha podido soltarlo en cuestas largas ni cortas. Por el contrario, Primoz lo suele rematar al sprint; y de momento el duelo del crack colombiano con Pogacar es asignatura pendiente para ambos. Aún así, en su mejor versión, no parece que Egan pueda superar el altísimo nivel de Tadej en la escalada, y el hándicap contra el cronómetro siempre lastraría al actual campeón del Giro. No debe estar nada tranquilo Brailsford. Su trofeo fetiche y más codiciada carrera, completa dos temporadas muy alejada de su hasta hace poco imbatible poderío y hegemonía en lo más alto del podio parisino.

Con 36 años y tras recuperarse para la vida cotidiana – más no para el ciclismo de élite-, el siete veces campeón de grandes vueltas Chris Froome habrá entendido (y su equipo del pueblo elegido, que no en vano lo patrocina Dios) que esa forma temible que otrora ostentó, y ya le empezaba a abandonar -al menos en el Tour de Francia de 2018-, antes del accidente, no regresará jamás.

Es conmovedor escuchar al corredor nacido en Kenia decir que trabaja duro para volver a su antiguo nivel… El problema es que ese nivel y los números que movía en sus días de vino y rosas -entre 2011 y 2018- ya no alcanza para soltar a esta nueva generación de máquinas y tampoco para ir a cola de pelotón. Como lo han afirmado Thomas de Gendt, y lo ha demostrado el mismo Nairo Quintana, cuando marcha con los favoritos y empieza a descolgarse en las primeras rampas, cosa que viene sucediendo desde que empezó su precoz decadencia como aspirante a podio y vueltómano top, en el Tour de 2017.

Froome está en el Olimpo de los más grandes ya. Fue un excepcional ciclista para tres semanas, es inobjetable. Además de discreto, diplomático y noble corredor, eso sí con un pedaleo esperpéntico. Su nivel no le da ya ni para gregario. Lleva dos temporadas que antes que progresar se aleja de su leyenda. Chris tendrá que meditar si decide seguir arrastrando su enorme prestigio en el vagón de los sprinters en cada etapa con mínima complicación montañosa y prueba contra el cronómetro, donde antes barría o intenta mantener un ingreso bancario generoso sin aportar nada a sus compañeros en punta y menos a sus patrocinadores (que ante el muro ídem) estarán lamentándose de un negocio cuando menos desafortunado.

La prensa y los aficionados son muy ingratos y olvidadizos (se suelen alinear siempre con el caballo ganador del momento), ya nadie lo espera ni lo reclama en las llegadas. Los pocos segundos que tiene al aire en la tele, es cuando se empieza a quedar, que suele ser muy pronto. Su amortización publicitaria, sin aparecer apenas en las pantallas ni zonas VIP, no sirve de argumento ni de recaudo.

Vincenzo Nibali (36 años) fue desde 2010 hasta el 2016, probablemente el corredor más astuto y versátil de todos los especialistas en rondas por etapas, siempre favorito y habitual en el podio. Lo mismo te atacaba y abría mucha diferencia -como ninguno- en bajada, que se llevaba dos Giros, un Tour o una Vuelta a España subiendo con los mejores y ganando etapas de escalada a puñados. Te atacaba en pavés rodando a la par de los armarios belgas e incluso le sobraba para emboscadas de media montaña y ganar clásicas. Desde 2017, esas condiciones, incluso sus brillantes (ya lejanos) descensos kamikazes, empezaron a menguar de forma implacable. Hasta convertirse desde el año pasado en la sombra de lo que fue, maquillado con algunos chispazos de alguna etapa y una clásica de prestigio en mucho tiempo. Pírrico botín para su caché e historial. Desapareció del top 10 de grandes vueltas.

El siciliano ya no sube con los mejores ni con los del puestómetro top 15 siquiera. Pero tampoco baja como en sus tiempos dorados y su envidiable fondo se esfumó. Al igual que Geraint Thomas, si sigue una o dos temporadas más, quizás su enorme clase le dé para ganar alguna etapa o clásica menor. Pero la fiereza en la dentellada del Tiburón ya no intimida. Otro grande que se va apagando entre esta masiva irrupción de superclases sin edad siquiera para beber en muchos bares del mundo y mucho menos ver películas de esas puercas repletas de Xs.

Hay otra serie de animadores, asiduos al Top diez, el top 5 e incluso al podio del Giro de Italia, Tour de Francia o ronda ibérica que ven como cada vez les cuesta más para aguantar el paso de esta nueva camada de elegidos, mostrando sus mejores números no les da para llegar con los 10 mejores de la general. Caso de Kruijswijk; Valverde (bueno, este fenómeno con 41 años ya era hora que bajara el nivel, su longevidad como protagonista no tiene parangón), Richie Porte con 35 años y una brillante isla, -un oasis en su decadencia-, que fue ese merecido podio del año pasado en la ronda gala; Dan Martín siempre voluntarioso pero cada vez más lejos del brío y prestaciones de sus mejores temporadas.

Otros ilustres abonados al top diez (y hasta ganadores de grandes vueltas) han sufrido una especie de acelerada decadencia precoz. Mostraron sus mejores resultados muy pronto, entre los 22 y los 26 años y con 31 años ya no evidencian nivel para mantenerse en esa élite y puñado de favoritos a todo. Es el caso de Romain Bardet, Thibaut Pinot -tan brillante a ratos subiendo- pero igualmente irregular y lastrado por la mala suerte. Mikel Landa (31) el mejor escalador y vueltómano del mundo en alguna dimensión desconocida, donde al menos pudiera culminar una carrera sin percances, caídas, calamidades y toda esa aura trágica que envuelve su melancólica leyenda de rey sin reino, ni corona, ni insignias en su solapa. Nunca tanta clase para la escalada cosechó tan poco premio.

También Romain Bardet, que al igual que casi todos los vueltómanos de esa prometedora generación del 89-90 (Quintana, Pinot y él mismo) se quemaron muy rápido 3, 4 temporadas ganando y haciendo podios y a sufrir. De forma paradójica, también con 31 años, Roglic está en su cénit. El esloveno empezó a dar lo mejor de sí a los 28 años, por el contrario, este trio de escaladores de extraviada calidad superior, abrazaron un progresivo ocaso (por múltiples razones) inexplicable e irreversible.

Hay casos raros, excepciones a la regla como Rigoberto Urán (34), con 15 temporadas en la élite, que lleva casi una década haciendo esporádicos segundos lugares en el podio y múltiples tops 10 en casi todas las grandes vueltas que corre. Quizás este año sea su última oportunidad de rodar con los más fuertes y con un poco de suerte pueda hacerlo saliendo por la puerta grande desde el podio en un admirable ejercicio de longevidad y nivel competitivo constante y sostenido durante más de una década. Como en la fábula de la tortuga y la liebre, el más diésel resultó el más regular y longevo en mantenerse entre los mejores.

Es una pena empezar a cerrar esta página de grandes nombres del ciclismo mundial, porque han sido ídolos generacionales de muchos en diversos países y admirados por los amantes del ciclismo en todo el planeta. Pero ante el empuje y superlativo nivel desde juveniles que trae gente como Pogacar, Bernal, el mismo Evenepoel, Almeida, Vingegaard y el Ayuso de turno, cada año brotan como setas un par más de superclases.

A los veteranos treintañeros largos y veteranos prematuros ya ex protagonistas, no les quedará más remedio que ser un número más en el pelotón. Reconvertirse en caza etapas con enorme dificultad incluso para meterse en las fugas, gregarios glamurosos, pero ya sin nivel para los dos últimos puertos o dar un paso al costado a más de uno.

Quizás estamos asistiendo a la última gran extinción masiva de maravillosos dinosaurios y con ellos se van los últimos vestigios de ciclistas que aprendieron a correr por sensaciones, lejos de las probetas, las dietas perfectas y el culto a la tecnología que monitorea hasta el hastío.

“Cambia lo superficial cambia también lo profundo / cambia el modo de pensar cambia todo en este mundo… / Cambia todo cambia, cambia todo cambia…”

Letra del chileno Julio Numhauser, inmortalizada en la voz de Mercedes Sosa.

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