La periodista y fotógrafa Olatz Vázquez ha fallecido en la madrugada de este viernes a los 27 años a causa del cáncer gástrico con metástasis abdominal que sufría desde hace más de un año, y que, según ha contado su propia familia, he hizo pasar unas últimas semanas muy duras.
La joven se ha convertido en todo un símbolo nacional tras decidió contar en redes sociales su experiencia con la enfermedad y los tratamientos a los que se iba sometiendo, sin pelos en la lengua, y dando una exposición al cáncer pocas veces vista antes. Con sus fotografías se ganó el cariño de muchos en Twitter, hasta el punto de recibir un apoyo para enmarcar.
La narrativa de Vázquez ha servido todos estos meses como símbolo de lucha por una Sanidad Pública de calidad, especialmente en tiempos de pandemia, para no dejar de lado otras patologías al margen del coronavirus, que a tantas personas también se han llevado. Ella misma reveló cómo pasaron varios meses desde los primeros síntomas hasta su diagnóstico, con citas aplazadas por la crisis sanitaria en la pasada primavera.
En su último tuit, el 19 de agosto, Olatz revelaba que había pasado cuatro semanas ingresada y que había sido “muy muy muy difíciles”. Vázquez explicó que había tenido un “cúmulo de complicaciones” y que se había convertido en una persona totalmente dependiente. La joven estaba en casa, con hospitalización a domicilio.
Su lucha contra el cáncer
"La COVID-19 ha hecho muchísimo daño a otras enfermedades; a su detección, a su seguimiento y a su curación", comenzó a hablar, el pasado 21 de agosto de 2020, para contar una experiencia en un hilo que la hizo popular, desarrollando la importancia de detectar un cáncer a tiempo.
El 9 de junio de 2020 me diagnosticaron un cáncer gástrico con metástasis abdominal. Estadio IV. No me sorprendió; llevaba un año yendo de médico en médico porque no me encontraba bien. Su respuesta era siempre la misma: "eres joven; será una celiaquía, una gastritis, una úlcera... ". Hasta me recomendaron ir al ginecólogo porque quizás, y cito textualmente "estaba confundiendo dolores abdominales con dolores menstruales".
Febrero de 2020. Pido la baja. Me traslado a Euskadi, mi comunidad autónoma. Necesito saber qué es lo que me estaba pasando. Analítica: un poco de anemia y la B-12 baja. Nada relevante. O por lo menos no para los médicos que me atendían. Me dan hora para una gastroscopia. Pienso: "¡por fin!". Volante ordinario. ¿Ordinario? Después de un año de molestias, dolores, pérdida de peso... ¿Ordinario? "No te preocupes, probablemente sea una celiaquía". La cita es el 22 de abril.
20 de marzo de 2020. Suena el teléfono: "Debido a la alerta sanitaria hemos decidido retrasar tu gastroscopia al 9 de junio". Les pido que reconsideren mi caso. Su respuesta: "Olatz, no te preocupes, hemos estudiado tu historial clínico y tú no tienes nada grave". Dos visitas a Urgencias hasta la prueba: en una me diagnostican "flojera extrema". En otra, tras una placa, dos ecografías y un TAC, una enfermedad pélvica inflamatoria. Me derivan a la ginecóloga: "Olatz, no sé lo que tienes pero una enfermedad pélvica inflamatoria no".
9 de junio de 2020. Por fin la gastroscopia. Pienso que esa prueba marcaría el final de un año y medio de constantes molestias, dolores y malestar. Pero no. Era solo el principio de algo peor. "Olatz, hemos encontrado varias úlceras tumorizadas en tu estómago". Le pregunto si tengo cáncer. Me dice que hay que esperar a los resultados de la biopsia, pero que "su aspecto no era bueno". "Me dijisteis que era joven y que no tenía nada grave". Baja la mirada. Salgo de la consulta. Me caigo al suelo. Grito. Lloro. Rabia, impotencia, dolor.
Y hasta hoy. Más de dos meses después y dos ciclos de quimioterapia a mis espaldas, todavía no entiendo cómo el factor joven es determinante para descartar si tienes una enfermedad grave. Sé que parte de mi "mala suerte" viene de tener que haber vivido esta enfermedad grave en mitad de una pandemia. La COVID-19 está ahí, pero el cáncer también, y un diagnóstico precoz es la mejor cura para esta enfermedad."
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