Por Alejandro Matiz.-
Ciclismo Internacional.-
A un gran campeón se le exige mostrarse, imponer su autoridad tomando riesgos y demostrando incluso con métodos osados que está presente y que influye en carrera. Hoy Egan Bernal y Primoz Roglic dieron ese ejemplo, y aunque el resultado haya sido distinto para cada uno, han puesto su firma en el Olimpo del ciclismo.
Contextos apuestos para los dos. Uno cuya imagen estaba golpeada ante el bajo nivel y la falta de recursividad junto con su equipo, otro asentado como patrón de la carrera, pero corriendo el riesgo de perderla por su tradicional comportamiento ultraconservador. El colombiano necesitaba más de una puesta en riesgo, el esloveno no tanto. Pero independiente de sus menesteres, materializar una propuesta así de agresiva siempre genera admiración y no pasa inadvertida. Pegar un zarpazo a 60 km de meta, como si fuera de kilómetro final, inspira respeto, sin importar el resultado.
Es ahí donde se magnifica la imagen de Egan y Primoz, porque los dos salen con una convicción absoluta, arrancan como unos ganadores. Valentía de igual peso. Porque así como es demasiado plausible el tomar la iniciativa para atacar de lejos, sabiendo que es más lo que se pierde que lo que se gana, es igual de corajudo participar de una movida de esas sin estar necesitado de clavar una minutada a los rivales. Es admirable lo de Bernal por proponer, y admirable lo de Roglic por querer hacer parte de esa gesta épica.
Otra cosa en común que exhibieron ambos fueron las dos facetas que marcan la insignia de los verdaderos campeones. El de Trbvolje mostró de la exhibición que siempre debe realizarse en una conquista de esta magnitud y cuando se es dominador: aplastando, seguro, dando relevos a tope y sin mirar atrás. Siendo promotor de la versatilidad requerida de un emperador como estos, de que no sólo gana carreras atacando en el último kilómetro, cogiendo bonificaciones y machacando en la crono, sino de que también se las adjudica arriesgando de lejos y corriendo como un patrón.
El de Zipaquirá enseñó lo que un pedalista de gran prestigio debe hacer cuando no es el mejor. Correr bajo la doctrina de ganar o perder todo -y eso que no lo perdió todo, el podio sigue a su alcance-, incursionar en las estrategias más locas para darle un vuelco a la cita, de ser alguien que por su orgullo es juez del destino de una gran vuelta, aún cuando no la va a ganar. Y súmele el mérito que a sus cortos 24 años entiende que esa es la forma de correr. Hoy el jefe de filas de INEOS ha ganado una fanaticada enorme.
Hoy Roglic sentencia La Vuelta gracias a Bernal, pero también por él mismo. Así como seguramente él no hubiese presentado una dinámica de tal adrenalina, de nada hubiese servido el movimiento del colombiano si él no se adhería. Es aprovechar el coraje de otros, pero también el de uno mismo.
Ellos dibujan otro categórico ejemplo de cómo los valientes cambian competencias, de cómo nos llevan del infierno de aburrimiento, al cielo de entretenimiento. A la vez, agigantan su caché y se ganan el crédito de grandes campeones. Porque de eso consiste, ser valientes para reivindicar el orgullo herido o para demostrar quién manda. Salud por los dos.
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