Por Raúl Bretón.-
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- No es que el juego de servicio y volea esté en peligro de extinción, es que ya no existe. El antes y después de la cancha central de Wimbledon es una evidencia del cambio de manera de jugar en una superficie como la hierba, que a pesar de que fue la que parió este deporte, sigue siendo la más complicada y la de menos uso. Resbaladiza, de rebote ligero y veloz, el cesped cerró en el 2001 una forma de jugar agresiva, que definió los puntos de una manera rápida, de alto riesgo y de desgaste físico acelerado de los jugadores. Múltiples factores coincidieron para que la estrategia de saque y ataque a la red se impusiera durante décadas. Tres de los cuatro grandes torneos se jugaban en hierba (US Open, Australian Open y Wimbledon) Las raquetas de madera sometían al restador a una devolución con limitada potencia y efecto en una superficie veloz y escurridiza que le dejaba muy pocas décimas de segundos para reaccionar. Poco a poco las cosas fueron cambiando. La tecnología se fue involucrando en el tenis dejando atrás la etapa de las raquetas de madera para introducir el aluminio, magnesio, cerámica, grafito y fibra de carbono (en ese orden) O sea, raquetas más resistentes y potentes que ayudaron a disminuir las ventajas del sacador ante el restador. Ese, desde el punto de vista de muchos especialistas, fue tan solo el punto de inflexión que ha terminado sepultando una forma de jugar que perduró por largo tiempo. La preparación física de los tenistas, su musculatura, carrera dilatada y bolas más rápidas, también fueron moldeando la forma del juego de fondo que ha predominado durante las últimas dos décadas. Nombré el 2001 como punto final al juego de saque y volea porque fue durante ese año que se jugó la última definición de Wimbledon protagonizada por dos tenistas especialistas del servicio y malla (Patrick Rafter y Goran Ivanisevic) A partir de ahí, ningún devoto del juego de ataque ha podido ganar el más emblemático de los campeonatos. Del Big 4 que ha dominado Wimbledon durante los últimos 20 años, al único que no se le tornó indiferente el juego en la malla fue a Federer, quien utilizó la estrategia del saque y volea como recurso circunstancial y factor sorpresa, pero jamás fue un visitante frecuente que viviera por y para el juego de ataque. Los organizadores de Wimbledon asumieron la responsabilidad de cambiar la clásica tendencia de jugar, buscando alternativas que sometieron a los jugadores a mantenerse por más tiempo sobre la línea de base en intercambios largos que hicieran más atractivos los partidos. Ralentizar las canchas fue el punto de partida. Cambiaron el corte de la grama de seis milímetros a ocho milímetros de altura, dejaron de mezclar la hierba Perennial Ryegrass para utilizarla en su estado puro que es mucho menos fina de la que se sembró hasta el 2001, la base arcillosa tiene ahora una compactación menos rigurosa, el corte de la grama, que antes se realizaba desde la malla hacia el fondo de la cancha, ahora se hace de forma contraria para restarle velocidad al impacto de la bola con la superficie. Todo eso ha hecho cambiar de manera drástica este Wimbledon que aún sigue marcando diferencias con respecto al resto de campeonatos, a pesar de la desaparición del juego rápido que enamoró a muchos de los tenistas que hoy peinamos canas.
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