Primoc Roglic y Tadej Pogacar son captados por Tim de Waele en la última etapa del Tour 2020. |
Por Guillermo Ortiz
Yahoo.es.-
MADRID, España.- Había una razón por la que al Sky de Chris Froome se le daba tan mal la Vuelta a España: por mucho que intentara controlarla, por mucho que montara su trenecito y dejara a su líder en la mejor posición cara al último puerto -o la última cuesta de cabras, vaya-, se encontraba siempre con un problema: Froome no podía rematar la jugada porque había mejores corredores para ese terreno, se llamaran Valverde, Purito o Contador. El control absoluto de la carrera no servía para nada si, al final, en el uno contra uno, tu primer espada no podía marcar diferencias. Todas aquellas primeras Vueltas fueron Vueltas de supervivencia, de perder segunditos aquí y allá e intentar recuperarlos en alguna contrarreloj, normalmente sin éxito.
Algo parecido le ha sucedido al Jumbo-Visma en este Tour con Primoz Roglic. Sí, eran el mejor equipo. Sí, tenían a un excelente corredor como cabeza de filas... pero ese corredor no marcaba diferencias en el momento decisivo. En todo el Tour, Roglic no fue capaz de rematar ni una sola vez el trabajo de su equipo. Solo en el Col de La Loze, decimoséptimo día de carrera, pudo Roglic mostrar un mínimo de ambición para distanciar a un Pogacar en crisis. Y la mostró... pero no fue suficiente. Pogacar se agarró al terreno como si fuera un veterano de mil guerras, no se vino abajo, sacó la calculadora y supo ceder al final solo 15 segundos en meta.
Ese fue el problema de Roglic: no ser el mejor. Son cosas que pasan y por las que tampoco hay que torturar a nadie. Al final, la carrera se decidió en el uno contra uno por antonomasia, es decir, la contrarreloj, y se demostró que había alguien mejor que él. Alguien que era mejor que todos, de hecho. La emoción de la penúltima etapa sirvió por todo un Tour y probablemente pasará a la historia por el giro inesperado, por el hecho de que el vencedor fuera un chico de 21 años (un chico que ya hizo podium en la Vuelta con 20, ojo) y por la descomunal actuación subiendo La Planche des Belles Filles, record de la ascensión incluido.
Una carrera completamente bloqueada, una frustración para el espectador
Ahora bien, ¿cuál fue el precio a pagar para el espectador? Tres semanas de carrera completamente bloqueada. Ahora es fácil decir que Jumbo se equivocó, pero, hay que insistir, Jumbo no podía hacer otra cosa. Dejar a Roglic ahí arriba y confiar en que nadie le sacara demasiado tiempo. Roglic no es un escalador, no lo ha sido nunca. Es un excelente corredor de vueltas de una semana, un gran contrarrelojista y su palmarés ya cuenta con una grande, pero a los 31 años no le vamos a convertir en Egan Bernal. Es otro perfil. Un perfil defensivo. No es Lance Armstrong, no es ni siquiera Chris Froome. Cuando el equipo dominador juega a defenderse y el líder es lo suficientemente fuerte como para aguantar ese ritmo pero no tanto como para imponer el propio, tienes un rollo de carrera de aúpa.
Y es que todos estaremos de acuerdo en que el Tour ha sido duro de ver. Por un lado, ha sido un regalo porque, en medio de una pandemia, nadie daba un duro por que se pudiera completar, pero, por otro, la falta de agresividad entre los líderes ha sido desoladora. La mayor ventaja en una etapa de línea se consiguió gracias a los abanicos y las caídas de la séptima etapa, en la que Pogacar, Porte y Landa perdieron casi un minuto y medio con Roglic. El resto fue bloqueo tras bloqueo y el único ataque digno de ese nombre fue el del propio Pogacar en Loudenvielle. Un ataque muy espectacular pero de 40 segundos. Las demás etapas de montaña consistieron en ver quién se iba quedando: Pinot, Bernal, Quintana, Bardet, Urán... Prueba de lo aburrido que ha sido este Tour es que Mikel Landa ha acabado cuarto sin hacer un solo ataque de más de 400 metros en toda la carrera. Con ir a ritmo cuesta arriba le ha valido para igualar su mejor puesto en un Tour.
No, no fue un Tour de días espectaculares en Pirineos ni en Alpes. Ahora bien, sería injusto decir que fue un Tour mediocre después de ver a Marc Hirschi exhibirse etapa tras etapa, a Kragh Andersen aprovechando sus oportunidades o a Alaphilippe colándose en cada fuga incluso sabiendo que no iba a ningún lado. Algunos dicen que ha sido el peor Tour de la historia moderna. No sé qué decir a eso. Tal vez nuestras expectativas estaban muy altas y tal vez sea verdad y se haya ganado con lo justo, con un día estratosférico que culminó muchos normales, del montón. Por otro lado, no es fácil recordar Tours muy espectaculares en los últimos años. ¿Era espectacular ver a todo el Sky tirando puerto tras puerto para que al final Froome pusiera el rodillo en funcionamiento y les metiera un minuto a todos? No lo sé. ¿Era espectacular ver al US Postal dominar cada segundo de cada etapa y ver a Lance Armstrong ganar con seis minutos de ventaja durante siete años seguidos, uno tras otro? Tampoco lo tengo claro.
El Tour es una carrera en la que proyectamos nuestros recuerdos y a veces eso provoca confusiones y nostalgias mal entendidas. Pedimos al Tour una épica que quizá no tiene desde 1998, cuando Pantani y el Kelme se la liaron a Jan Ullrich subiendo el Galibier en medio de un diluvio. El Tour, cada vez más, es una carrera bloqueada, en la que todos rezan por que no pase nada, que todo siga como está: un sexto puesto, un décimo, una clasificación por equipos, una escapada en la que se vea el nombre del patrocinador. Podemos escribir mil artículos recordando los tiempos en los que el pelotón era una guerrilla continua, pero son eso, artículos. La realidad va por otro lado y hay que quererla como es. O no quererla en absoluto, por supuesto.
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