Por Rodolfo J. Biel.-
SANTIAGO, República Dominicana.-Hace varios años atrás, quizás cinco, un día iba para la playa de Puerto Plata por la Carretera Turística, y pude observar cómo un grupo de personas en bicicletas se dirigía para Puerto Plata, ya a la altura de Yásica. Y entonces por la mente me pasó: “¡Pero ven acá, esos tipos están locos!” Esa fue una expresión que años más tarde la repetiría.
En Marzo del año 2009, tomé la firme decisión de bajar de peso, tenía 215 libras que para una persona de 5,6 de estatura era mucho. Comencé a buscar por cual área deportiva me inclinaría, en un pequeño listado que encontré en internet, pude apreciar que la natación, encabezaba la lista, seguido por el trotar o Jogging y luego el ciclismo.
Me llamó la atención el ciclismo, y de inmediato me dirigí a buscar una bici. Velozmente alcancé mi alcancía y la rompí en dos para descubrir que en ella guardaba seis mil pesos.
Grande fue mi decepción cuando llegue a una tienda de bicis y pregunté por una que me llamó la atención: 79 mil pesos. ¡¡¡Pero bueno, ¿y qué bicicletas son estas? Oh oh!!!! Salí frustrado, cabizbajo y todavía no podía asimilar aquel precio, y aún resonaba en mi pensamiento cuando me dijeron que había de hasta 300 mil. No lo podía creer.
En mis tiempos de adolescente una bicicleta era algo sencillo; la BMX era la preferida. Me propuse orientarme en este mundo que desconocía, y grande fue mi sorpresa al descubrir la gran cantidad de modelos que existían, y los diferentes usos que tenían. Al cabo de casi una semana, vi en una tienda por departamentos una bici, se veía bonita y diferente, pregunté por el precio y me dijeron 3,500, una ganga. En verdad me sentí conforme pues se veía bien, aro 24, de color rojo brillante con suspensión delantera y trasera. Mi felicidad no duró mucho, a los dos días comenzaron a sonar una seria de piezas, y hasta pude darme cuenta que el aro trasero estaba desnivelado. La llevé a una tienda que queda cerca de donde vivo, Ciclón Bike, de Wendy Cruz, que por cierto es una gran persona que admiro. Allí seguí aprendiendo del nuevo mundo que descubría. El mecánico, apodado Virú, muy amablemente me orientaba y yo como una grabadora, captando todo lo que me decía. A esta bicicleta al cabo de 30 días tuve que cambiarle la goma trasera y de una vez le puse un nuevo aro, esta vez de magnesio, le cambié el sillín, mejoré los frenos Cantilever, cambié los pedales, las manecillas y los puños.
Luego de 60 días usándola ya estaba fascinado con mi nuevo mundo descubierto, podía hacer travesías de 8 y 10 kms.
A medida que pasaban los días me enamoré del placer de rodar por las cercanías, contemplar los paisajes, sentir la brisa en la cara, y uno que otro insecto volador estrellarse contra mí. Supe lo que era un pescozón de un insecto en la cara y hasta par de mimes saboree en mis salidas matutinas.
Pero lo que más me impresionó fue el bienestar que percibía durante el día. La mente se libera de las presiones diarias y los problemas cotidianos. Sentía como los jeans comenzaban a quedarme anchos, dormía como un bebé, ya no roncaba a media noche, y las escaleras para subir al cuarto piso donde vivo ya no eran agobiantes.
Cuando salía por las mañanas, me topaba con uno que otro ciclista “uniformado”, los veía regios e imponentes en su andar, ni hablar de su velocidad al desplazarse y ni se diga su facilidad de vencer obstáculos.
Un día en un colmado, mientras compraba algo, se detuvieron cinco locos, parecidos a los que vi aquella vez rumbo a Puerto Plata, con cascos de forma extraña para mí, ropas llamativas de vivos colores con logos de marcas por doquier.
Me animé a conversar con uno de ellos y una vez más encendí mi grabadora de información. En menos de 10 minutos aprendí tantas cosas básicas que parecía haber tomado un curso intensivo de ciclismo.
En ese mismo momento también comprendí que mi bici, según sus sabias palabras, era algo pequeña para mí, y que su construcción era de “Made in China”, lo que era algo no halagador, me ayudaron con varios consejos y hasta me indicaron la altura del sillín.
Una vez en mi casa subí el sillín como me habían dicho. Mi inmediata impresión fue “pero ¿es que están locos?, ¿cómo rayos me encaramo yo ahí arriba? ¡¡Si acaso puedo alcanzar el piso con la punta de los pies!!
Como buen discípulo me incorporé en lo alto del sillín, con más temor que como aquel que anda en un vehículo sin frenos, pero al rodar varios cientos de metros comprendí que la postura era mucho mejor.
Un día donde Wendy, el mecánico me dijo, que esa bici no valía la pena invertirle, además cuando yo le exigiera, ella no iba a responder. En ese momento no comprendí tales palabras. Así que empecé una nueva búsqueda por una bici mejor. Por casualidad de la vida, un día pasé por el frente de Bici Mundo, y allí conocí al propietario, Sr. Jorge Blas, quien también me dio cátedras de ciclismo y yo con mi “grabadora” encendida.
Me mostró una bicicleta que según él era la ideal para mí, incluso hasta era “de mi size”. Me explicó abiertamente al mundo al que estaba ingresando, y de la protección que había que usar (casco y pantalonetas o licras).
A la semana siguiente aparté la bicicleta; una Specialized Hardrock 2009, azul, una belleza. En internet decía que era para principiantes del MTB y que su “precio/peso” era la ideal.
También adquirí un casco y par de licras, las cuales me ponía debajo de un pantalón corto, pues me sentía ridículo con algo tan pegado a mi cuerpo.
Cuando recibí la “especializada” lo primero que me asombró fue la ligereza que tenía comparada con la “Made in China”, por igual su rodamiento y suavidad al pedalear; me sentía como si hubiese cambiado de montar en un “concho de transporte urbano” a un Volvo, era simplemente asombroso.
Tres meses después de haber adquirido mi “especializada” ya podía montar 16 kilómetros sin problemas, podía llegar a Tamboril y Licey y volver fácilmente. Más adelante podía “montar” (palabra del argot del ciclismo, que para mí era lo mismo que pedalear) 22 y 26 kilómetros, era algo asombroso.
Para cuando tenía cinco meses, ya era capaz de montar 40 y 50 kilómetros. Ya me estaba entrando una etapa en la que comía más saludable y pensando en la energía que tenía.
Me hidrataba el día anterior antes de una salida dominguera, la cual esperaba con ansias que amaneciera y ya sabía cómo administrar los piñones de mi bici, no cruzar cambios, limpiar la cadena y engrasarla nueva vez todas las semanas; ya me estaba “volviendo loco”.
Para esa fecha había un cambio significado en mi cuerpo, la barriga estaba desapareciendo, mi resistencia aumentaba, la gente me preguntaba que hacía para lucir así, habían desaparecido los dolores de cabeza y espalda, había perdido 20 libras.
A los seis meses, exactamente el 24 de Septiembre de 2009, tuve mi primer gran reto de montar 80 kilómetros (Santiago-Salcedo). A partir de ahí comencé a tener síntomas de “demencia ciclística”, una rara enfermedad atribuida a unas benditas hormonas (endorfinas) y que su función es hacer que pienses en la bici, que ansíes salir a pedalear la mañana siguiente, y cosas por el estilo que para una persona normal no van de acuerdo.
A los nueve meses de “enganchado” al ciclismo, tenía toda la indumentaria de un ciclista; casco, licras, chaquetas multicolores con sus logos, guantillas, un velocímetro, bulto debajo del asiento para el tubo de repuesto, una mochila hidratante y todo lo necesario para “pasar trabajo con estilo”, hasta un pequeño botiquín de primeros auxilios, y toda la información pertinente a mantenimiento de la bici, así como también de nutrición y consejos de profesionales para mejorar el rendimiento.
Mi pasión eran los aviones militares, soy coleccionista de modelos a escala, libros por montón de datos técnicos sobre aviación, hasta escribí un libro sobre aviones.
Ahora mi pasión ahora es el ciclismo de montaña, todavía no he “salido a montear” o trillar con grupos, pues estoy ganando confianza a la bici para pasar a los “cleats”.
He recorrido 4,700 kilómetros (Junio del 2010). He perdido 33 libras. He “montado” rutas de 120 kilómetros. Es común decirle a alguien común “estuve allí” en San Víctor, Moca, en bicicleta”, y te miran con cierta forma de incredibilidad.
Ya las distancias de 40 kilómetros se hacen cortas. Ya conozco de marcas de bicis, de sus componentes, de su peso, etc.
Estoy inmerso en un mundo diferente, lleno de vida y salud, no le temo a el sol, pero me protejo, ya tengo “las marcas del ciclista” en las piernas por el bronceado que dejan más arriba de la rodilla las licras.
He notado que cuando salgo a pedalear y pasa otro ciclista, un saludo de palabras o gesto es de esperarse, y si estás parado por algún problema mecánico o un piche, no dudan en pararse o preguntar si necesitas ayuda. Entonces la bicicleta “une personas”.
Cuando subí por primera vez a La Cumbre, Puerto Plata, pude apreciar el bello paisaje, y estando allí, recordé a aquellos que hace varios años los vi pasar en bicicleta, y pensé: ¡¡Que esos tipos están locos?, pues yo también!! El ciclismo cambió mi vida para bien.
Dedico esta crónica a todos los ciclistas profesionales, a los grupos de MTB, a los amateurs, principiantes y todo aquel que sienta pasión por andar en bicicleta y disfrutar del placer de avanzar. Y a todos aquellos que quieren hacer un cambio en su vida para bien. Que Dios les bendiga.
Sinceramente, Rodolfo J. Biel (Redactado en Junio, 2010).
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