Por Carlos Arribas.-
MADRID, España.- El 11 de enero, Riccardo Riccò, uno de los ciclistas más espectaculares que se conoce, declaró que en mayo volvería al Giro, que volvería para ganarlo, que volvería para demostrar que sin dopaje es igual de bueno.
Menos de un mes después, al alba del 6 de febrero, el domingo pasado, Riccò, de 27 años, ingresaba de urgencia en un hospital de Pavullo, ciudad vecina a Módena, en el corazón de los Apeninos. "Salió a entrenarse esa tarde y ya se quejaba antes de hacerlo", explicó a los médicos y la prensa su padre, Rubino, "y volvió con fiebre y dolores abdominales. Como por la noche siguió subiéndole la fiebre, hasta 41 grados, le llevé al hospital". El médico de urgencias de Pavullo lo vio tan grave -"crítico", declaró- que le envió a su vez a un hospital recién inaugurado en Módena que cuenta con unidad de reanimación. "Sufría un fallo renal y una embolia pulmonar", añadió el padre; "se salvó por los pelos".
Al médico de guardia de Pavullo le había confesado Riccò que la causa de su mal era probablemente una bolsa de sangre que la tarde anterior se había reinfundido él mismo en su casa. "Me la saqué yo mismo también hace 25 días y la tenía en la nevera. Me la inyecté en presencia de mi esposa", le dijo: "seguramente estaba en mal estado".
Esto se sabe porque así se lo dijo el mismo médico a la fiscalía de Módena, en la que enseguida había puesto una denuncia. Así lo confirmó ayer el fiscal de la ciudad del vinagre y el Ferrari, quien espera el momento mejor para interrogar al corredor.
Como mostró en 2006 la Operación Puerto, las autotransfusiones sanguíneas, indetectables en los controles, son el método de dopaje más usado en deportes de resistencia. Ahora, la Operación Galgo muestra cómo las autotransfusiones se practican sin control médico.
Según la ley antidopaje italiana, Riccò, que sigue hospitalizado -el último parte médico mantiene un pronóstico reservado-, podría ser condenado a una pena de cárcel de hasta tres años. Según las leyes deportivas -el CONI le abrió expediente disciplinario por dopaje-, Riccò, que tenía previsto correr a partir de hoy el Tour del Mediterráneo con su equipo, el Vacansoleil, de Holanda, podría ser sancionado a perpetuidad al tratarse de su segundo caso de dopaje: en abril de 2010 regresó al ciclismo tras cumplir una sanción de 20 meses por un positivo por EPO-Cera en el Tour de 2008, en el que había asombrado ganando espectacularmente dos etapas de montaña. Un par de meses antes, Riccò, escalador ligero y explosivo, un Marco Pantani redivivo, había sido el rival más duro de Alberto Contador en el Giro, que terminó segundo tras el de Pinto.
Después de un 2010 en el purgatorio e inevitablemente marcado por más escándalos -el positivo por EPO de su novia, Vania Rossi, también ciclista y madre de su hijo, al que puso Alberto en honor de Contador-, Riccò reaccionó abandonando el hogar, huyendo a Sicilia. También fue detenido e imputado su cuñado, el también ciclista Enrico Rossi, implicado en una trama de dopaje.
Arrepentido formalmente, Riccò había logrado la absolución de los organizadores, que, esclavos de las apariencias, le habían garantizado una plaza en el Giro y el Tour siempre que se aviniera a un cambio de imagen. De rehacer su virginidad se iba a encargar Aldo Sassi, el preparador que rehabilitó a Ivan Basso. Apenas pudo, sin embargo, trabajar con Sassi, muerto de cáncer en diciembre.
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