Por Raúl Bretón.-
Por Amor al Fútbol (PAF) Mundial de Catar 2022. El día después
Argentina guardó su mejor fútbol para el momento más importante, para el partido de los partidos, para el episodio más visto y esperado del deporte. Sorpresa táctica e inesperada de Scaloni, no solo cambiar la formación conservadora que las circunstancias y características del rival mandaban, también por la inclusión de Di María en el once inicial a quien colocó por el extremo derecho dejando un tanto descolocada y desconcentrada a la defensa francesa.
Di María fue el blanco predilecto de las iniciativas ofensivas de un tercio de cancha de los argentinos. Con un desparpajo propio de los que se tienen confianza colosal, fue controlando pases, gambeteando y lanzando centros que condujeron a los centrales franceses al límite. Tanto insistir deja premio. Así nació el primer gol de penalti que Messi completó para el 1-0. Rapidez impropia para un jugador adulto, más esa picardía propia que da el fútbol callejero sudamericano que se cultiva durante la etapa de la niñez.
Argentina fue por más y así nació el 2-0 tras un juego colectivo que partió de una recuperación y se fraguó de manera cómplice desde la medular con pases horizontales que él mismo Di María concluyó con un pase a la red para vencer a un Lloris que buscó cerrarle el primer palo de manera infructuosa porque ya el ángel que dibuja corazones había decidido rematar hacia el segundo.
Argentina era imperial, dominante absoluto del partido con un juego colectivo inédito en la historia de las finales de la Copa Mundial. Todos a una. Un centro del campo dominante con un Enzo calculador y recuperador, un sacrificado De Paul que reservó su mejor fútbol para cuando más se necesitó, realizando labores defensivas extras por la encomienda de detener a un Mbappé irresoluto durante 80 minutos, y un Mac Allister polifuncional, contemporizador y vertical, el más genuino enlace entre la sala de laboratorio y los hacedores de ocasiones.
En el fútbol el que domina la batalla del centro del campo puede hacer del partido una tiranía, una dictadura del balón, de la posesión. Esa fue esta Argentina que le permitió a Francia su primer tiro a puerta en el minuto 70. Pero el fútbol muchas veces guarda esos misterios que lo convierten en canalla y traidor. En el minuto 78 la inteligencia artificial decía que Argentina tenía un 92 por ciento de posibilidades de triunfo. Bastó solo un pestañear tras dicha información para que el marcador mostrara una igualdad injusta, un 2-2 inmerecido por aquel enigmático y terrorífico momento que el fútbol suele reservarse para añadir drama y suspenso. Mbappé apareció de un partido nulo hasta entonces, y la tragedia, esa amiga cruel con la que los argentinos han lidiado durante toda su historia, y bien retratada en las novelas de Sábato, deambuló por enésima vez y todo parecía que se pasaba del cielo al purgatorio, que el paraíso le había negado su acceso tras tocar la puerta. Pero el fútbol algunas veces premia, hace justicia a la justicia, en unos 120 minutos trepidantes con un tiempo extra en donde Argentina volvió a ser amo y señor del terreno y el buen fútbol, y de tanto insistir y buscar llegó el gol de Messi para el 3-2 que parecía definitivo, pero que va. Había más suspenso reservado tras un penalti cometido por Montiel tras un error infantil de fútbol básico que dicta: el defensa nunca abre sus brazos para atajar dentro de la zona.
Mbappé --una vez más-- extendió el sufrimiento previo que conduciría a una alegría inevitable, pero como dice la frase que es propia del fútbol y no del béisbol: el sufrimiento viene incluido. Salvador el Dibu en ese último remate francés de mano a mano con una parada providencial que evitó que hoy los franceses celebraran en Les Champs Elysees, y monumental en una tanda lanzamientos de penaltis que no debió ser pero que fue, la que le reservó al valiente portero argentino su catapulta para sentarse en la misma mesa histórica de Fillol y Pumpido, los otros dos atajadores que le dieron a Argentina los Mundiales del 78 y 86.
Por el bien del fútbol, por la justicia divina a la que por medio de improvisadas plegarias muchos argentinos clamaron durante todo un partido que dominaron en un 90%, el triunfo fue para el que lo merecía, aunque este deporte muchas veces no premia al que lo merece. Messi no necesitaba una Copa del Mundo para ser eterno. Sin esa copa ya estaba en el reducido círculo del quinteto histórico del fútbol en donde también hay dos argentinos más: Di Stefano, Pelé, Cruyff, Maradona y él. Fue el mejor de todo el Mundial de principio a fin, dueño de un fútbol único, todoterreno, con una inteligencia para jugar esto por encima del resto. Fue genio y líder, algo que en un principio los argentinos le reclamaban de forma injusta para que asumiera el papel de un Maradona que era irrepetible pero que Messi se encargó de replicar. Aquel ‘no los dejaremos tirados’ tras la inesperada derrota inicial ante Arabia Saudita marcó el punto de inflexión de una selección que pasó de la mediocridad a la excelencia durante un trayecto tormentoso en donde el sufrimiento fue su fiel acompañante. No existe éxtasis sin previo padecimiento. No hay mejor alegría que ese triunfo que costó trabajo, sudor y sacrificio. (Fin)
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