La permanencia de las ideas de Juan Pablo Duarte es tal, que algunas personas con nivel medio de educación encuentran demasiada actualidad en los dichos del Patricio. (Foto: Archivo) |
Por
Rafael Peralta Romero.-
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Juan Pablo
Duarte es un paradigma de este tiempo. Sus ideas sobre nación, su concepción de
soberanía y del bienestar del pueblo dominicano mantienen plena vigencia.
Para algunos, lamentablemente entre ellos quienes ostentan
el Poder, Duarte es una figura de bronce o un pedazo de cartón colgado en la
pared. Ignoran –o mejor, ocultan—de este modo lo más importante de Duarte, lo
más digno de ser divulgado: su pensamiento.
La figura del fundador de la República ha servido a
ocupantes del poder político para congraciarse y colocado flores al pie de un
busto del Patricio exaltarse ellos mismos, en pro de sus propios fines,
generalmente opuestos a la práctica y al pensamiento de Duarte.
La permanencia de las ideas duartianas es tal, que
algunas personas con nivel medio de educación encuentran demasiada actualidad
en los dichos de Duarte, hasta el punto de afirmar que algunas de las frases
citadas han sido atribuidas a éste por “los políticos”.
El periodista Rafael Peralta Romero es el autor de este artículo. (Foto: Archivo) |
Nos han enseñado a Duarte como un hombre del pasado que “soñó con la libertad” y luego vio hecha realidad su quimera. A nuestros niños se le impone conocer la biografía del Patricio y de generación en generación se presenta a un hombre pálido de melena rubia “que luchó mucho por la Patria”.
Duarte podría ser el punto de unidad de los
dominicanos, porque constituye un patrimonio social, sentimental, nacional,
idóneo para soportar la dominicanidad, porque la dominicanidad no es puro
requisito legal. Es un legado de identidad.
Está bien que a los muchachos se les enseñe la
biografía de Duarte. También que se les muestre la iconografía relativa a él.
Su efigie puede servir como símbolo gráfico de la cosa dominicana.
Pero más que un ícono, más que un apóstol, más que un
Cristo, más que un patricio, Duarte es una doctrina. Una doctrina
revolucionaria aplicable a todos los aspectos del quehacer público nacional.
Ante todo para inocular de decencia nuestra vida
pública. La decencia política es una de nuestras más sentidas carencias.
Muestras tenemos suficientes. Negociar descaradamente con los asuntos públicos
ya no es cuestión de aposentos. Se hace bajo luces y ante cámaras de
televisión.
Honrar a Duarte es seguir su ejemplo, aplicar su
pensamiento. La defensa del patrimonio nacional es un acto duartiano, pero
repartir nuestros bienes, entre nacionales y extranjeros, conlleva pertenecer a
la “facción miserable” que se opone al bienestar del pueblo. Es un acto de
traición.
Malversar los fondos públicos o destinarlos a obras
que en nada sirven al pueblo es una traición. Nuestra historia recoge como
actos de traición en el siglo 19, la pretensión de ceder la bahía de Samaná a
una potencia europea o la sumisión de algunos prohombres de nuestra
Independencia frente a procónsules extranjeros. Traición imborrable ha sido la
de Pedro Santana con la triste Anexión de nuestro territorio a la antigua
metrópoli. A los autores de estos hechos se ha referido el Patricio cuando
reclama escarmiento.
En el sentir de Duarte no escarmentar a los “traidores
como se debe” conlleva que “los buenos dominicanos sean víctimas de sus
maquinaciones”. Y ahí está la razón por la que impera tanto desorden y
corrupción en la vida dominicana. No se ha escarmentado a los traidores como se
debe.
La doctrina de Duarte, expresada a través de cartas,
poemas, proclamas políticas y sus magnífico proyecto de Constitución política,
abarca asuntos tan fundamentales como los derechos ciudadanos, respeto a
nuestra soberanía y un conjunto de directrices para la convivencia política.
En Duarte nada es de pose ni conveniencia personal o
grupal. Su conducta política fue producto de los dictados de su recta
conciencia, de su serenidad y grandeza de miras.
La nación dominicana es la reunión de todos los
dominicanos. Así reza en el borrador de Constitución escrito por Duarte, que si
bien no fue acogida por las primeras autoridades de la República, muchos de sus
planteamientos están incluidos en nuestra Carta Sustantiva.
La doctrina de Duarte aplica para la elección, por
ejemplo, de los miembros de la Cámara de Cuentas. Basta chequear este juicio: “Todo
poder dominicano está y deberá estar siempre limitado por la ley y está siempre
limitado por la ley y ésta por la justicia, la cual consiste en dar a cada uno
de lo que en derecho le pertenezca”. A este pensamiento bien puede añadirse el
muy conocido “Sed justos, lo primero, si queréis ser felices”.
No puede haber felicidad donde no impere la justicia,
La justicia no será nunca obra de caridad ni humanitarismo. Debe surgir de un
auténtico respeto a la humanidad.
Si nuestra clase política llevara a Duarte en su
consciencia, no sólo para fotos, diferente ocurriera, nuestro accionar
político, mejor provecho se obtendrían de los fondos del erario y menos gente
se hiciera millonaria al pasar por la administración del Estado”.
Pero Duarte es un proscripto, que sirve a algunos hipócritas
para posar y simular lo que no son. Para unos es el hombre con nutrido bigote,
para otros es una avenida bulliciosa, pero Duarte es realmente una doctrina de
decencia política, que si estuviese tan presente como su retrato, otra sería la
suerte del pueblo dominicano. (Autor: Rafael Peralta Romero. Suplemento
dominical SEMANA, del periódico El Nacional, domingo 25 de enero de 2009,
semana@elnacional.com.do).
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