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viernes, 13 de julio de 2018

El prudente Valverde llega tarde a la pelea y termina tercero en el Mûr



Por Carlos Arribas (EL PAIS).-

En el puerto de Brest, donde termina Europa, la brisa siempre sopla fresca. Juan Luján la goza apoyado en un muro y mirando soñador a un velero antiguo, todas las velas desplegadas, que enfila hacia alta mar. “¡Ay!”, suspira. “Y hace cinco minutos zarpó otro. Cómo me gustaría estar ahí y no tener que meterme ahora en el coche a pasar calor y a sufrir por mis ciclistas y por sus bicis”.

En el Tour, el mundo soñado, todos sueñan con la libertad y buscan líneas de fuga en el horizonte del Atlántico infinito, como si fueran pintores. Las anhela Luján un mexicano de Zacatecas histórico del pelotón. Fue mecánico de Armstrong en el US Postal y lo es ahora en el Katusha del desafortunado Ilnur Zakarin y su alma tártara. La línea de fuga de Alejandro Valverde, que también sueña con la libertad, es la línea del tiempo. Se sienta en el autobús del Movistar y mira al futuro, y los ojos se le entrecierran casi melancólicos cuando habla del Mûr, la cuesta tan bretona en la que termina la etapa. “Sí, no es mala para mí”, afirma. “Y tengo buenas sensaciones, pero, bueno, tampoco me obsesiona ganar… Mi rol en este Tour es diferente”.

El Tour es un monstruo que para ceder ante las ansias de uno exige hacer trizas las ilusiones de cien. Las de Valverde (que tampoco, llegado el momento, se las peleó decidido, su rol es otro, ya se sabe) cayeron como las de tantos otros. En el corazón de Bretaña, en el Mûr, que no significa muro, aunque sea una pared vertical y recta cuando se la ve a lo lejos por la carretera, que no significa nada, el Tour solo podía premiar a un celta, a un irlandés que en la salida, en el puerto mirando al Oeste, se siente como en casa, y hasta le gusta oír las gaitas bretonas, y habita en la melancolía en las montañas de Andorra a sueldo de un emir de oriente próximo. Se llama Dan Martin, y también es un especialista en etapas como esta, un Valverde con el mismo punch pero con menos jump, brillo, por así decirlo, y con la tenacidad del que debe llegar al 110% para ganar, tan difícil le resulta. Atacó a un kilómetro de la cima y mantuvo el tipo fenomenalmente. Con Valverde mantiene una buena rivalidad. Le ganó al murciano una Lieja y en el mismo Mûr, hace tres años, quedó segundo, y Valverde también tercero. Pero entonces el murciano no tenía otro rol que le exigía la exagerada prudencia que muestra a los 38 años, ni Martin, de 31 y sobrino de Stephen Roche de los ojos claros, tampoco este año.

El líder sigue siendo el belga Greg van Avermaet, que aún juega en su terreno. En el centro de Finisterre, la brisa es viento, y cuando sopla medio de lado, y frío, aquellos a los que la melancolía conduce a la acción son los belgas, que solo necesitan una buena recta, preferiblemente en falso llano descendiente, un cambio de carretera, y campo abierto para ponerse a 70 por hora en manos de la locomotora luxemburguesa del Quick Step, Bob Jungels, que ama los abanicos y se regodea en ellos. Entre La Feuillée y Huelgoat, unos siete kilómetros a 100 de la llegada, el equipo de Jungels metió cuneta, puso en fila al pelotón, un fino hilo impepinablemente condenado a romperse. Lo hizo en tres trozos. En el primero logró refugiarse Valverde, pero no Nairo y Landa, que a punto estuvieron de ver como se resolvía el problema de la tricefalia del Movistar. El sofoco duró lo justo para que se llevaran un buen susto y prometieran estar más atento la próxima vez. El bosque amigo frenó al viento y los salvó.

Atentos y calientes, acelerados, llegaron al Mûr, donde pasaron unas cuantas cosas que hicieron pensar a muchos que el monstruo Tour un cierto sentido de la justicia distributiva sí que posee: no todos los días machaca a los mismos. Al pie del Mûr, a unos cinco kilómetros, se les rompió la bici a Tom Dumoulin y Romain Bardet, dos de la docena o más favoritos aún. El francés tomó prestada la bici de su compañero Gallopin, con la que hizo lo que pudo arrancando desde atrás, y llegó a 30s de Martin. El holandés, ayudado descaradamente por el coche de su equipo, cedió 52s en la meta, pero después fue sancionado con otros 20s por la acción.

Sin necesidad de que se le rompiera la bici, Froome se abrió en los últimos metros, como Rigo, y perdió 8s, pero no parece que nadie deba hacerse ilusiones de una inesperada fragilidad: también comenzó así el Giro.

Juan Luján no sufrió mucho acalorado en el coche del Katusha. Ninguno de los suyos rompió la bici. El Tour es justo, sí, aunque condenado.

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