Por Fernando A. De León
Se me ocurre plantear que en República Dominicana, a propósito de las tres causales, debería haber otra. Me refiero a las prevenciones u orientaciones de los que crecemos en un hogar monoparental, aunque en nuestras vidas hayamos mostrados resiliencia.
Aunque pretendamos ignorarlo, lo que nos formamos en ese entorno aunque provenientes de un hogar idóneo sin tachas en cuanto a costumbres, bonhomías, y orlado como gente de bien, aun sin estar conscientes de ello; arrastramos ciertos vacíos existenciales.
Porque si los que dicen que son pro-vidas, es decir, respetar la vida de una criatura desde su formación como producto del vientre de una mujer (perdón por este criterio), muchas veces, es mejor no haber nacido en una familia donde la madre lo es todo.
¿Es mejor no nacer, que vivir así? Resulta que muchos, tal vez con las condiciones de haber dado para más, aunque lo neguemos, crecemos asustados; con limitaciones y ansiedades. Esto, aunque nuestro padre, sin estar en nuestro hogar, siempre estuvo conteste en que somos sus hijos; nos diera alguna mesada, y nos dispensara los libros de textos en las escuelas elementales y la universidad.
Aunque seamos personas de aceptable conducta y profesionales que se han forjado decentemente y con mucho esfuerzo, sabemos de personas que, tras bambalinas, por simples disquisiciones ideológicas, han comentado que somos “hijos de la calle”, aun sabiéndonos auténticos producto de nuestro progenitor. Es de rigor aclarar que somos más honestos que muchos provenientes de un hogar nuclear, con todas las comodidades.
Ello acontece sobre todo en una sociedad tan dieciochesca o decimonónica cuando, el apellido, en este caso de nuestro padre, alguna vez fue sonoro o todavía suena. ¡Qué barbaridad!
Estamos tan atrás en este siglo, que todavía hay personas que juzga a los demás partiendo de eso, aun cuando el apellido materno, en su seno familiar, no tenga mancha alguna. El Estado y los sectores pensantes debieran articular programas de apoyo a jóvenes y adolescentes de esas empobrecidas familias.
Y digo todo esto, ahora en primera persona, porque entiendo que así como hay sectores pro-vida dizque por un asunto de salvaguardar la vida del feto, todavía no persona; debería haber otra corriente que luche por una existencia digna y equilibrada de los que nos formamos en un hogar monoparental.
El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.
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