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martes, 24 de diciembre de 2024

RAÚL BRETÓN: "Eterno Rickey"

Ricky Henderson (Atléticos de Oakland) cuando se disponìa al robo de la segunda base en un partido. (Foto: Ronald C. Modra-Gettyimages)


Por Raúl Bretón.-

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- En estos tiempos de béisbol cansino, monótono, predecible y soporífero, en donde el verdadero espectáculo de antaño fue desplazado por la dictadura sabermétríca del ponche y cuadrangular, jugadores como Rickey Henderson ya no nacen.

La impecable función de la muerte, esa cara oculta de la vida que irónicamente también da sentido a nuestra existencia, muchas veces llega sin previo aviso. Henderson se notaba fuerte y en pleno dominio de sus facultades cognitivas. Así lo pudimos notar en sus recientes intervenciones durante la etapa final de la pasada temporada de Grandes Ligas, pero la muerte es tan simple como certera, y sólo exige estar vivos para ejecutar.

Aún se desconocen las razones de su deceso. Impera cierto hermetismo, pero en todo caso, Henderson se ganó el derecho a reservarse su último intento de robo fallido ante la vida. Un jugador de todos los tiempos. Desde Ty Cobb a Shohei Ohtani, el juego que caracterizó a Henderson se ajustaba a toda época. El primer bate perfecto porque tuvo la escasa combinación de la paciencia en el plato con el infrecuente poder de un abridor de alineaciones que produjo 81 cuadrangulares en el amanecer de los partidos (un récord).

Un zurdo que bateaba a la derecha, algo fuera de lo común. Dueño de un estilo de bateo poco ortodoxo que desafió leyes técnicas, pero que Henderson lo utilizó inteligentemente para no hacerle swing a lanzamientos altos y poder conectar pitcheos bajos y en las esquinas. Así sobrepasó la barrera de los tres mil imparables.



Se propuso borrar las marcas de Cobb y Lou Brock. Su velocidad siempre encontró explicaciones en sus componentes musculares muy propias de un velocista de 100 metros del atletismo, deporte en el que aprendió las técnicas de correr, mismas que aplicó en su breve paso por el fútbol americano escolar en sus tareas como running back.

Así se fue moldeando el mejor estafador de bases de la historia que combinó su aceleración con el minucioso estudio de los movimientos de lanzadores y brazos certeros de receptores para escoger el instante preciso para intentar un robo de base que coronaba con un lance de cabeza tres o cuatro metros antes de la almohadilla.

Como jardinero sumó un guante de oro al dominar dos de las tres métricas defensivas. De brazo limitado pero con excelente puntería, por eso fue colocado en el leftfield, posición en la que menos se exigen tiros de largas trayectorias, pero compensaba con su extraordinaria agilidad para perseguir líneas cortas o bolas profundas con un fildeo por encima del promedio.

Taquillero, carismático, algunas veces controversial, extrovertido, elegante en ciertas celebraciones que algunos confundieron con fanfarronería, pero en las distancias cortas, según muchos de los que compartieron con él en camerinos, terrenos de juego y lejos de los estadios, Henderson fue un tipo cercano, humilde y servicial. Inagotable e incombustible.

Por eso se mantuvo en los terrenos de juego durante 25 años en cuatro décadas distintas con nueve equipos diferentes, siendo los ya desaparecidos Atléticos de Oakland su equipo predilecto y con el que figura en un rincón de Cooperstown. Henderson fue espectáculo desde todo tipo de perspectiva.

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