El italiano Matteo Sobrero se impuso en la contrarreloj de Verona, tras la que Carapaz y Landa mantuvieron sus posiciones en el podio y Juanpe culmina su conquista de la maglia blanca y el décimo puesto final
Los de Perth, una ciudad alejada de todo, allí, sola, perdida en la costa oeste, no son precisamente los más envidiados en Australia, un país gigantesco y solo, allí perdido, en las antípodas de todos. La gracia de la serie Upright, tan auténtica, dicen los australianos, estaba, al parecer, en lo extraño que debe ser que alguien allí desee atravesar todo el continente por el desierto de este a oeste, que solo a un zumbado se le ocurriría, cuando lo habitual es migrar al revés, hacia el sol que nace, y cuando el protagonista se cruza con una cuadrilla que huye de Perth, después de hablar con ellos concluye que no son precisamente gente muy interesante. “Lo único de lo que hablan es de que el resto del país les debe más respeto y de cómo el centro de la ciudad está progresando de verdad”, dice el protagonista, desesperado, y quizás uno de esos que hablaban así, tan aburridos, podría ser perfectamente Jai Hindley, que salió de Perth en bicicleta y, a los 26 años, entra en bicicleta en la Arena de Verona pedaleando sobre una alfombra rosa, y viste de rosa feliz, ganador del Giro.
Un freaky del ciclismo y un sueño casi tan grande como su ciudad, por lo menos. “Y no tengo palabras”, dice Hindley de rosa vestido en mitad del sueño, y la risa constante y la forma divertida en la que dice las cosas más simples puede hacer creer que los perthlings no son tan aburridos, y se ríe más aún en el podio, cuando una banda militar con pífanos le interpreta el himno australiano, y ya no llueve, pero el cielo está gris, y mientras habla acaricia el trofeo, y recorre con los dedos los nombres grabados, los de todos los ganadores de los 105 Giros disputados, y el suyo. “No me parece verdad esto. Estar aquí, así, ahora. Qué trofeo más bonito. No creo que en la vida pueda vivir un momento más feliz que este. Y esta forma de ganar el Giro, con un solo ataque, en la penúltima etapa…”.
La contrarreloj final, 15 kilómetros en el circuito Delle Torricelle, el mismo en el que Óscar Freire ganó dos Mundiales, supuso el triunfo de uno de los mejores talentos jóvenes italianos, Matteo Sobrero, de 25 años, un plato de 58 dientes con el que vuela en el descenso, y su casco tricolor, como su maillot de campeón de Italia, con la cabeza de un lobo y un cronómetro, el lobo de su sobrenombre, porque llega de Montelupo, junto a Alba, en el Piamonte y las Langhe, y el cronómetro que también le une a su cuñado, Philippo Ganna, también piamontés, campeón del mundo contrarreloj y olímpico en pista. La igualdad que en todas las montañas, menos en una, unió a Carapaz y Hindley se mantuvo en la contrarreloj, en la que solo siete segundos pudo recortar al ecuatoriano en el día de su 29º cumpleaños al australiano que le aventajaba en 1m 28s.
Hindley es el primer ciclista australiano que gana el Giro de Italia. Lo hace Hindley 11 años después de que Cadel Evans, que creció y se hizo ciclista en la otra Australia, la urbana y densa del Este, Melbourne, ganara el Tour de Francia, pero a diferencia del campeón del mundo de 2009, para quien la grande boucle de 2011 constituyó la cúspide de su carrera, para el chaval de Perth el Giro del 22, que llega dos años después de un frustrante segundo puesto en 2020, debería ser no menos que el anuncio de un brillante porvenir retrasado aún por la mala suerte, las caídas las enfermedades.
Y en Verona, y hablando su italiano de siempre, suave y ceceante, Evans, que tiene casa en el Ticino suizo, parecía aún más niño feliz que el Hindley que cuando empezó el Giro anunció sus intenciones de campeonar con un refrán sobre lo que es perder el tiempo que dio la vuelta al mundo, eso de “no he venido aquí a poner calcetines a un ciempiés”. “Y estoy aquí por él”, dice Evans. “Subí a la Marmolada como lo que soy, un tifoso australiano que viene aquí a animar a un australiano a ganar el Giro, cosa que no sucede muy a menudo, y cómo la gocé en la cuneta, a tres kilómetros de la cima de la Marmolada, y, justo delante de mí, Carapaz empezó a perder la rueda de Jai… Fue fantástico”.
Tuvo suerte, Evans, qué vista la suya. Estaba, como si alguien le hubiera dado el queo, en el único metro en el que en los 3.445 kilómetros de todo el Giro sucedió algo realmente único. Un único ataque en un Giro que parecía condenado al fotofinish, una demostración que dejó a todos con la boca abierta, y una pregunta, si tan fuerte es por qué esperó al último día, por qué no atacó cuando aún estaban vivos y fuertes Yates, Bardet, Almeida, hasta Superman, y una victoria para un escalador en estado de gracia sobre el escalador ecuatoriano, tan impresionante Carapaz cuando derrotó a Roglic y Nibali con aceleraciones explosivas, pura dinamita, para ganar el Giro de 2019, y sobre el español Mikel Landa, para quien su segundo tercer puesto en el Giro, siete años después del de 2015, en el que tantas expectativas creó –dos etapas victoriosas, un ataque que dejó al borde del KO a Contador, ganador final--, no le deja tan buen sabor de boca, sobre todo porque lo ha conseguido sin más brillo que el de su capacidad de estar ahí, un pasito por detrás de dos, un paso por delante de todos los demás, durante tres semanas de mayo, de Budapest a Verona. Quinto terminó Pello Bilbao y décimo, y maglia blanca de mejor joven, el primer español que la gana en el Giro, Juanpe López, el ciclista de Lebrija que en su debut en el Giro vistió 10 días de rosa. Undécimo, en su último Giro, en su último año de carrera, Alejandro Valverde.
A Cadel Evans una mula le dio una coz cuando era un niño y estuvo unos días en coma, y cuando despertó se hizo ciclista de mountain bike, mientras que a Hindley, su padre, Gordon, un inglés que había sido ciclista, le montó a los seis años en una bicicleta, y luego lo entrenó hasta que se convirtió en el mejor júnior de Australia, un escalador único.
Lejos de Perth, inevitablemente, en un equipo de Taiwán, primero, y, a los 20 años, en los Abruzos italianos, donde se queda a vivir seis meses y corre en un equipo de la zona, Hindley empieza a ser conocido y respetado entre los mejores jóvenes de su generación.
Tras su revelación en el Giro de la pandemia, el de 2020, disputado en octubre, el mundo se le ofrecía, le invitaba a mostrarse. Sin embargo, 2021 fue un horror. Enfermedades, caídas, una lesión cutánea en la zona del perineo que le tuvo un mes parado y con antibióticos, la ausencia de la Vuelta, le dejaron en la banda, en el olvido, de un ciclismo mundial que vivía ya su revolución joven. En el Giro del 22, a los 26 años, vuelve a la alineación titular de estrellas.
Seguramente en la Vuelta próxima, donde se le anuncia, y también el posible regreso de Egan Bernal, y frente a Roglic y Pogacar, podrá fijar su valor verdadero. Y que nadie vuelva a hacer chistes con los de Perth. Y, aunque no haya visto la serie, dice, como un perthling de película habla de su ciudad. “Estoy muy orgulloso de ser de Perth, de la ciudad y de cómo se vive allí”, dice, Hundley, que prefería ver de madrugada los resúmenes del Tour y otras carreras, y las victorias de su admirado Robbie McEwen, antes que irse a la playa a surfear, y que un año le dio un tremendo disgusto a su padre cuando dejó la bici temporalmente y se puso a jugar al rugby. “Aunque para ser ciclista haya tenido que salir de allí e irme a vivir ahora a Andorra, y por la pandemia lleve dos años sin volver”.
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