Por Raúl Bretón.-
Novak Djokovic debutó como profesional durante la primavera del 2003, mismo año y primavera que nació Carlos Alcaraz, en Murcia, España.
Los 21 años que tiene el serbio cosechando triunfos en un circuito que muchas veces le ha sido apático, los tiene de edad el español, que más allá de la derrota sufrida hoy ante un Djokovic imperial y providencial, es el mejor jugador de la actualidad.
Cada uno de los que conformaron el llamado Big-3 tuvieron deudas, peldaños jamás conquistados. Si el pendiente de Federer fue la anhelada presea dorada olímpica en individuales, el de Nadal es la desdicha de tener que bajar el telón de su carrera sin convertirse en campeón de la Copa Master. Djokovic no desvaneció la esperanza de poder cerrar la página más gloriosa de la historia del tenis masculino saldando la vieja deuda que mantenía con su país y consigo mismo: ganar el oro olímpico.
El llamado quinto Grand Slam que solo se juega cada cuatro años se le presentó en París como el último tren de su larga ruta, con el desafío más difícil del aquí y ahora del tenis que es derrotar en una final a Alcaraz, el talento prematuro mejor terminado de este deporte, que no ofrece ningún tipo de fisuras técnicas en su juego, dueño de una velocidad que le permite cubrir todo lo ancho y largo de los más recónditos e imposibles rincones de la cancha, con un poderío mental inquebrantable que lo convierte en un jugador difícil de caer en baches mentales.
Esto último lo provocó Djokovic con su juego paciente, inteligente y calculador, siempre partiendo de la honestidad que le indicaba que enfrente tenía a un jugador superior desde lo físico, tomando como punto de partida de la incuestionable ventaja que le daba a Alcaraz los 16 años de diferencia, de quien logró sacar escenas inéditas de intentos de romper la raqueta debido a la frustración de no encontrar en ningún momento esa iniciativa que le diera el control del partido.
El primer set fue quizás el más disputado, cerrado y de más alto nivel en lo que va de la presente temporada. Djokovic es dueño de un poderío mental que muchas veces lo ha llevado a convertir la adversidad en punto de inflexión para alcanzar la excelencia.
Eso lo lleva a manejar la presión de los tiebreakers de una manera como ningún otro jugador lo ha hecho en la historia. Ambos sets se definieron en su territorio predilecto en donde gana el que maneja mejor las situaciones de nervios, algo muy similar a los penaltis del fútbol. Nole el bueno, el malo, el carismático, el rebelde, el solidario y contestatario ya es eterno. Ningún otro jugador en la historia puede presumir de todas las conquistas. París y la Philippe Chatrier han sido testigos de un hecho indeleble difícil de igualar.
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