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miércoles, 12 de febrero de 2025

Rubén Blades y Paula "C" vivieron un torrido romance en los años '70s



NUEVA YORK, N.Y., Estados Unidos de América.- Estaba sentada en una butaca del Madison Square Garden cuando Rubén se acercó tendiéndole una mano. No le dijo a dónde la llevaba. Mientras caminaban por la parte trasera del escenario, el tacón de uno de sus zapatos se enredó con un cable.

Viendo cómo resolvían el enredo, con la espalda apoyada en la puerta de un camerino, había un hombre con gafas de aviador, sudoroso, vestido con traje y corbatín azul:
--“Esta no se la perdono a Rubencito”, pensó Paula, que reconoció enseguida al personaje.
-- “¿Cuál es tu cantante favorito?”, le preguntó Rubén.
-- “Héctor Lavoe”, respondió ella.
-- “Héctor: te presento a Paula, mi novia”.
El Cantante soltó una carcajada: “¡Tú ve, brother! A ti ni tu novia te prefiere”.
Rubén se había presentado un día en el trabajo de Paula, una tienda de manualidades que apoyaba la causa de los derechos civiles, que quedaba a pocos metros de su casa, entre la Broadway y West 84th Street.
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Abrió la puerta y preguntó por la muchacha italiana. Alguien le había dicho que era admiradora suya. ¿Italiana? Esa mujer de pómulos altos y melena de anuncio de champú no era italiana; venía de una familia de ascendencia irlandesa. ¿Su admiradora? Paula no sabía quién era Rubén Blades, que entonces cantaba con Ray Barretto y repartía el correo de la discográfica Fania.

No tenía un peso, pero de ambiciones estaba sobrado: decía que iba a ser un cantante famoso y actor en Hollywood. Paula miró de reojo a su compañera de trabajo, su amiga Karen: “Parece que se nos coló un loco en la tienda”.
Comenzaron a dar largos paseos por la ciudad de Nueva York. Punto a favor de Rubén: sabía cómo hacerla reír. Punto a favor de Paula: le encantaban la salsa y el mambo. Empezaron a compartir cama y techo.

Rubén Blades la llevó a conocer su barrio, el de San Felipe, en Panamá. Le presentó a su mamá y le habló de su abuela Emma, las mujeres más importantes de su vida. Paula alentaba sus inquietudes intelectuales, era licenciada en Literatura Inglesa y Filosofía, curiosa y brillante, la promesa de su primer amor adulto.

“Paula me ayudó muchísimo a desarrollarme como persona”, diría el panameño unos años más tarde, “y también tuvo una buena influencia en términos espirituales.

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