En los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002, el australiano Steven Bradbury pasó a la historia, pero no por ser el más rápido, sino por ser el que nunca se detuvo.
Corría contra campeones mundiales y parecía eliminado, quedó en tercer lugar, pero el favorito, Marc Gagnon, fue descalificado. ¡Bradbury avanzaba!
Semifinales:
Iba último, otra vez sin esperanzas. Pero en la última curva, tres rivales chocaron y cayeron. Bradbury, el único en pie, clasificó a la final.
La gran final:
Todos lo veían como un simple espectador en la pista, hasta que ocurrió el milagro. En la última curva, todos sus contrincantes chocaron y se desplomaron.
Bradbury cruzó la meta primero y consiguió el primer oro olímpico de invierno para Australia.
Su hazaña se convirtió en leyenda: “Doing a Bradbury” significa ganar gracias a los tropiezos de otros, pero en realidad, su victoria nos enseña que la suerte solo favorece a quienes siguen en pie hasta el final.
Porque la vida no siempre premia al más veloz, a veces premia al que nunca deja de intentarlo.
0 comentarios:
Publicar un comentario