SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Durante décadas, Garry Kaspárov fue considerado una fuerza imbatible sobre el tablero. Campeón del mundo, estratega brillante, un titán que dominaba con arrogancia y precisión. Pero también era un hombre de su época... una época que creía que el ajedrez no era para mujeres.
Mientras Kaspárov hablaba, Judit estudiaba. Mientras él alardeaba, ella perfeccionaba su juego. No se trataba de una revancha personal, sino de una misión: demostrar que el talento no tiene género.
Y el día llegó. En 2002, en el Torneo de Linares se encontraron sobre el mismo tablero. Kaspárov, confiado. Judit, serena. Lo que siguió fue una partida de precisión quirúrgica. Jugada tras jugada, Polgár fue desmontando la posición del gran campeón. Y cuando Kaspárov ofreció su mano en señal de rendición, no solo perdía una partida… perdía también una vieja creencia.
Ese día, no solo ganó Judit. Ganaron todas las niñas que soñaban con jugar ajedrez. Ganó el ajedrez mismo, al sacudirse prejuicios que lo limitaban.
Judit no solo venció a Kaspárov. Venció un estigma.
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