El vizcaíno llego victorioso en un final en el que la pareja Thomas-Froome y Roglic y Dumoulin mostraron su supremacía. |
MENDE, Francia.- El pedalista vasco Omar Fraile (Astana) logró la primera victoria española en el Tour de Francia de 2018 al imponerse este sábado en la decimocuarta etapa, entre Saint Paul Trois Chateaux y Mende, sobre 188 kilómetros, mientras que el galés Geraint Thomas (Sky) mantuvo el maillot amarillo.
Un año después de haber conseguido una victoria de etapa en el Giro de Italia, Fraile, de 28 años, dejó atrás a una veintena de compañeros de escapada al inicio del último puerto de la jornada, la Cote de la Croix Neuve, de segunda categoría, con una ascensión de tres kilómetros y un 10.2 por ciento de pendiente, superando cuando quedaban unos 500 metros para la cima al belga Jasper Stuyven (Trek Segrafredo), que lideraba la carrera.
Fraile recorrió los 1,500 metros en bajada y en llano que separaban la cima del puerto y la meta, llegando con seis segundos de ventaja sobre el francés Julian Alaphilippe (Quick Step), que buscaba su segunda victoria de etapa y que pudo alcanzar a Stuyven, que entró en tercera posición con el mismo tiempo.
“Solo me vi ganador a 200 metros de la meta. Sabía que Alaphilippe venía muy rápido y que si me agarraba antes de los últimos 300 metros me iba a ganar”, señaló el ciclista del Astana.
Thomas y Froome a 18 minutos
Thomas, junto a su compañero en el Sky Chris Froome y el holandés Tom Dumoulin (Sunweb), llegó en el pelotón de favoritos a 18 minutos y 9 segundos de Fraile.
El colombiano Nairo Quintana entraría a 18:19, mientras que sus compañeros en el Movistar, Alejandro Valverde y Mikel Landa, cruzaron la meta a 18:38.
En la general, Thomas conserva su ventaja de 1:39 sobre Froome y de 1:50 respecto a Dumoulin, mientras que Landa se mantiene sexto, aunque ahora a 3:42, mientras que Quintana sigue octavo a 4:23.
Fraile se había metido en una escapada de una treintena de corredores en los primeros kilómetros de carrera.
A unos 60 km de la meta, poco antes de la cima del Col de la Croix de Berthel, de segunda categoría, saltó de ese grupo el también vasco Gorka Izagirre (Bahrain), actual campeón de España.
Pronto se le unirían el holandés Tom Jette Slagter (Dimension Data) y Stuyven, quien se destacó en solitario a unos 35 kilómetros de la meta.
Pero el belga, que buscaba la victoria en la fiesta nacional de su país, gran rodador pero al que se le atragantan las subidas, no pudo con la terrible pendiente del último puerto y sucumbió al ataque de Fraile.
“Era una de las etapas que tenía marcadas y cuando vi la escapada, me dije que tenía que entrar en ella. Es un sueño”, afirmó Fraile.
Una pareja en tándem domina el peloton del Tour
Por Carlos Arribas (EL PAIS).-
Una pareja en tándem domina al pelotón del Tour, que en su día 14 abrió una sucursal en el camino al aeródromo de Mende, donde ganó un español de Santurtzi, Omar Fraile, piernas de dinamita en la última ascensión, e instinto de cazador.
Ganó en un sitio con aire novelesco, de esos que permiten imaginar operaciones de contrabando nocturnas con aviones aterrizando en la hierba a la luz de cuatro antorchas, y muchos espías alrededor, y con muy malas intenciones. Un lugar con pedigrí ciclístico también.
Es la etapa que inventó Manolo Saiz en 1995 para que Laurent Jalabert y Alex Zülle emboscaran a Miguel Indurain, y donde después ganaron Serrano y Purito, que le dio celos a Alberto Contador en 2010, y donde dos franceses jóvenes y muy prometedores hace tres años, Pinot y Bardet, se olvidaron de que un inglés iba cerca y se dejaron robar la merienda. Al menos no se la comió el otro francés, dijeron ambos, y aún siguen. Ningún español ganaba una etapa del Tour desde la penúltima de 206, la Joux Plane de Ion Izagirre.
Es la etapa que inventó Manolo Saiz en 1995 para que Laurent Jalabert y Alex Zülle emboscaran a Miguel Indurain, y donde después ganaron Serrano y Purito, que le dio celos a Alberto Contador en 2010, y donde dos franceses jóvenes y muy prometedores hace tres años, Pinot y Bardet, se olvidaron de que un inglés iba cerca y se dejaron robar la merienda. Al menos no se la comió el otro francés, dijeron ambos, y aún siguen. Ningún español ganaba una etapa del Tour desde la penúltima de 206, la Joux Plane de Ion Izagirre.
Thomas sigue líder, y segundo es Froome, sombras recíprocas en las etapas unidas por una fuerza magnética que ya le gustaría poseer a un curandero posador de manos. Los rivales les quieren hacer cosquillas para lograr no solo separarlos, sino enfrentarlos, y sobreviven.
Hay dos ciclismos, dicen los nostálgicos, y ambos se asomaron al escaparate en las carreteras estrechas de Ardèche, el asfalto áspero de la Francia tan dura en invierno y salvaje casi en verano, de pueblos medio abandonados y terneras mugiendo en los prados a orillas de ríos que excavan profundo y vertical en la tierra seca, El ejército regular de normas estrictas y filas ordenadas a rueda de los gastadores de blanco que abren camino, detrás; la guerrilla, o la banda del Cid o del Empecinado, de amantes de la emboscada y de la lucha en cada metro, y la sangre y el instinto guiándolos, delante. COMPLETA
En esta sucursal de tradición, un mini-pelotón de 30 autogestionario, sin patrón ni más fuerza dominante que la voluntad de llegar más lejos que el que pedalea al lado, estaba Fraile, de 28 años, remero de traineras antes que ciclista y campeón que sabe cómo se hacen las cosas. En su carrera ha sido dos veces rey de la montaña en la Vuelta y ha ganado etapas en el Giro, el los 4 Días de Dunkerque, en el Tour de Romandía y en la Vuelta al País Vasco. Para conseguirlo, primero ha aprendido a elegir la etapa en la que la fuga tiene posibilidades de llegar, y después a moverse como nadie en las especiales relaciones que se establece entre fuguistas, donde la desconfianza es soberana. Se trata de cansarse lo menos posible en un ambiente de constantes ataques y defensas, arrancadas y paradas, cálculos mentales y decisiones equivocadas. Amador, que intentó disfrutar, sufrió como ningún día y acabó deprimido, preguntándose; Fraile, que habló de su “experiencia”, acabó respondiendo. Calculó el momento de arrancar, abajo, y cómo conservar fuerzas para un último cambio de ritmo que condenó a Stuyven, el primero que atacó, y descorazonó a Alaphilippe, el animoso que le quería sorprender. Llegó a meta y besó la pulsera de su novia, Eva, a quien dedicó la victoria, como se ha hecho de toda la vida.
El pelotón organizado al trantrán del Sky abucheado y recibido en los pueblos con caligulescos pulgares hacia abajo llegó disciplinado al pie de la ascensión a la Causse de Mende, la meseta abrupta y seca que se eleva sobre el pueblo. No se jugaban la victoria, ya disputada por la sucursal más de un cuarto de hora antes, pero, como ciclistas de competición que son, son incapaces de llegar a una cuesta y no buscar cómo hacerse daño. Primero actuaron los secundarios, como corresponde, como Mikel Landa, que aún está en tierra perdida, ni muy cerca ni muy lejos del podio, donde unos cuantos más. “Ataqué no tanto para ver mis fuerzas sino para ver las de los demás, ver quién estaba bien y quién estaba mal, y quien estaba mal era yo”, dice Landa, aún doliente, con triste sonrisa de resignación. Quien tampoco estaba muy bien era Alejandro Valverde, que salió triste de los Alpes, sin brillo en sus intenciones y solo se mueve sentimentalmente para ayudar a Landa, ni tampoco Bardet, quien al menos peleó hasta vaciarse y conseguir nada; Nairo estaba mejor que otros días, pero tampoco tan bien como quiere y cree que puede estar; y quienes estaban muy bien eran los del tándem simbólico, tan juntos les gusta acercarse a meta, y también, sobre todo, Roglic, el esloveno demoledor como una carga de trinitroglicerina, y Dumoulin, el holandés inteligente. Son los cuatro primeros de la general, por supuesto. Y están un peldaño por encima de los demás. Lo estuvieron en los Alpes y lo siguen estando en la transición no tan calurosa hacia los Pirineos. “Pero yo veo que estoy más cerca que antes”, dice Nairo, el optimista que le queda al Movistar, a quien le gustó tener que dormir arropado porque ya no hace tanto calor como odia, y así tuvo ánimo para decir: “No renuncio a nada”.
Pero también cedió ante el cuarteto en el que Dumoulin está aprendiendo a jugar con los sentimientos de la pareja inseparable con declaraciones que abren rendijas entre tanto pegamento. “Qué bien que me ayudara Thomas”, dijo en el aeropuerto rural. “Arrancó Froome a 200m de la cima y yo me quedé a rueda del líder, que no tardó en ir a buscar a su compañero, y me llevó con él, porque, en el fondo, tiene aún espíritu y hábitos de gregario…” El holandés ha perdido kilo y medio respecto al Giro en el que le castigó Froome, y quiere superar también la tercera semana.
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