La negativa a someterse a un control antidopaje en la fase final de la Copa Davis ha provocado una ola de indignación en el mundo del ciclismo contra el serbio, Novak Djokovic. Si hubiese sido un ciclista, ya estaría sancionado.Más preguntas al aire: ¿hay deportistas de primera clase, intocables, si se prefiere, y después, el resto? Otra: ¿hay deportes bajo permanente sospecha y otros en los que se opta por mirar hacia otro lado? La última: ¿tiene el ciclismo motivos para quejarse por maltrato? Vamos con un caso práctico. Un corredor profesional ha de someterse a un control durante toda la temporada por el que tiene que informar de todos, absolutamente todos sus movimientos. Si recibe una llamada telefónica y no responde, se repite la llamada. Si sigue sin responder, se convierte automáticamente en sospechoso, viéndose obligado a dar cuantiosas explicaciones. Vingegaard no respondió a la llamada del controlador y, de inmediato, saltaron las alarmas y, de inmediato, la vox populi empezó a murmurar y conjeturar para concluir con el habitual ‘ya estamos otra vez, otro ciclista que hace trampas’, cuando ni siquiera fue sometido a un control. Simplemente, no respondió al teléfono.De aquellos lodos…Muchos dirán, con razón, que el ciclismo se lo tiene bien merecido dado su oscuro pasado plagado de enormes decepciones y sonoros escándalos; de investigaciones chapuceras y operaciones dignas del tercer mundo. Sin embargo, parece instalado en el imaginario colectivo que algo hay, que aún quedan motivos para la sospecha. De nada vale el aumento exponencial de controles, la contundencia en las sanciones, sin importar el nombre del corredor implicado, o los cada día más numerosos medios puestos para garantizar la limpieza en el ciclismo: aun quedan secuelas de los años más negros. Quizá por ello sea el ciclismo francés quien más se ha calentado con el asunto Djokovic. Cuando el dopaje estuvo hace años de dar un golpe mortal al Tour, su Tour, la joya de la corona del patrimonio inmaterial francés, se convirtieron en una especie de Robespierre de este deporte. Por eso claman contra el rigor para unos y la laxitud para otros. Marc Madiot, el histriónico patrón de FDJ, fue el más contundente: “Si un ciclista se niega a pasar un control, directamente es positivo por dopaje. El señor Djokovic debería de ser suspendido”.
Más preguntas al aire: ¿hay deportistas de primera clase, intocables, si se prefiere, y después, el resto? Otra: ¿hay deportes bajo permanente sospecha y otros en los que se opta por mirar hacia otro lado? La última: ¿tiene el ciclismo motivos para quejarse por maltrato? Vamos con un caso práctico. Un corredor profesional ha de someterse a un control durante toda la temporada por el que tiene que informar de todos, absolutamente todos sus movimientos. Si recibe una llamada telefónica y no responde, se repite la llamada. Si sigue sin responder, se convierte automáticamente en sospechoso, viéndose obligado a dar cuantiosas explicaciones. Vingegaard no respondió a la llamada del controlador y, de inmediato, saltaron las alarmas y, de inmediato, la vox populi empezó a murmurar y conjeturar para concluir con el habitual ‘ya estamos otra vez, otro ciclista que hace trampas’, cuando ni siquiera fue sometido a un control. Simplemente, no respondió al teléfono.
De aquellos lodos…
Muchos dirán, con razón, que el ciclismo se lo tiene bien merecido dado su oscuro pasado plagado de enormes decepciones y sonoros escándalos; de investigaciones chapuceras y operaciones dignas del tercer mundo. Sin embargo, parece instalado en el imaginario colectivo que algo hay, que aún quedan motivos para la sospecha. De nada vale el aumento exponencial de controles, la contundencia en las sanciones, sin importar el nombre del corredor implicado, o los cada día más numerosos medios puestos para garantizar la limpieza en el ciclismo: aun quedan secuelas de los años más negros. Quizá por ello sea el ciclismo francés quien más se ha calentado con el asunto Djokovic. Cuando el dopaje estuvo hace años de dar un golpe mortal al Tour, su Tour, la joya de la corona del patrimonio inmaterial francés, se convirtieron en una especie de Robespierre de este deporte. Por eso claman contra el rigor para unos y la laxitud para otros. Marc Madiot, el histriónico patrón de FDJ, fue el más contundente: “Si un ciclista se niega a pasar un control, directamente es positivo por dopaje. El señor Djokovic debería de ser suspendido”.
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