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viernes, 16 de julio de 2021

Tour de Francia 2021: "Aburrido, predecible y carente de emociones"


Cor Vos, fotógrafo del team Jumbo-Visma, captó el duelo de tres entre Tadej Pogacar, Jonás Vigengaard y Richard Carapaz quienes repitieron en ese orden el podio en dos etapas seguidas


Por Oscar Trujillo Marín.-

Ciclismo Internacional.-


El Tour de Francia 2021 ha sido aburrido, predecible y carente de emociones. Dicen algunos gourmets esnobs del ciclismo ideal añorando una batalla campal pareja que nunca ha existido. Imaginamos que todo lo contrario para cualquiera que sea esloveno (Pogacar), danés (Vingeegaard), de la isla de Man (resurgir de Cavendish), de los Países Bajos (Van der Poel, Poels), de Estados Unidos (Kuss), belga (Van Aert)…

Quizás si les preguntamos a los paisanos, simpatizantes y familiares de estos corredores que tuvieron protagonismo y destacaron sobre los demás, de alguna manera, durante este Tour que ya agoniza y tiene todo definido, para ellos si está siendo emocionante, y tanto.

No me fio cuando esos sumillers esnobs del ciclismo perfecto que jamás se ha visto, se quejan de la falta de acción -y emoción- con la misma objetividad que puede tener un talibán juzgando si es pertinente -o no- el topless en las piscinas de Kabul. La alegría va por barrios y es la hora de los escandinavos eslovenos, neerlandeses y ecuatorianos. En cambio, si le preguntamos a un aficionado español promedio (no un entendido que ame el ciclismo allende de las banderas) nos va a decir que esta ronda gala fue un tostón, un muermo, una infumable pérdida de tiempo sin ataques entre los favoritos.

Esa percepción desencantada cambiaría si su ciclismo ibérico, tan en horas bajas, hoy huérfano de grandes vueltómanos -incluso de caza etapas- en el Tour, hubiese brillado con Enric Mas (una versión de Urán pero más joven) o con Landa peleando el podio con opciones hasta el último día. Siendo el resultado el mismo y solo cambiando nombres prestaciones suerte y banderas, el concepto y la emoción les parecerían distintos, para bien. Supongo que cuando Pedro Delgado o Alberto Contador derrapaban siempre en las cuestas sacando ventaja o Induráin le metía 5 minutos en la cabra a todo el mundo, si era fantástico el Tour.

Lo mismo pasa con los aficionados italianos sin ninguna opción (desde hace tiempos en carreteras francesas) y sin ningún vueltómano destacado súper clase (actual ni en el horizonte), que al menos de lejos se pueda acercar al poderío y protagonismo que en su momento tuvo un Nibali, ahora en pleno ocaso. Para todos los colombianos que se quejan de estos Tours “aburridos” sin ataques de los favoritos a 50 km de meta, en el penúltimo puerto (como jamás los hizo Quintana, por ejemplo, ni en sus mejores años) y tan predecibles, que gana con tanta claridad un crack (británico-keniata o de la ex Yugoslavia, da igual) y sus ídolos locales se muestran débiles y sin chances, también parecerá una carrera carente de emociones.

Bastaría -con este mismo trazado de 2021-, que la mejor versión de Miguel Ángel López no se hubiera caído y peleara el podio, que Quintana hubiera ganado la montaña y un par de etapas y que Rigo hubiera aguantado en el top 5 para que este mismo aburrido Tour -predecible y “sin emociones”- les pareciera maravilloso. Todo es según el color del cristal con que se mire, cantaba Ruben Blades junto a Willy Colon. Qué bien sonaba ese tándem.

¿Pueden apreciar el vergonzoso y pueril sesgo subjetivo que hace oscilar la misma carrera entre la porquería más aburrida y la más emocionante contienda? Basta ser esloveno o danés, belga o neerlandés, italiano, español o colombiano para que la percepción cambie de forma radical, según les haya ido en la fiesta.

Al amante del ciclismo imparcial sin fetiches patrios, le parecerá fantástica la irrupción del casi anónimo ex pescadero Jonas Vingegaard, que realmente mete miedo con sus prestaciones excelsas en crono y las cumbres. Si lo de Pogacar tiene gracia y mérito, lo de este chico menudo y valiente más. La primera semana regaló más de 5 minutos tirando del convaleciente Roglic y solo tuvo libertad ante el retiro de su líder. Lo único que perdió el joven danés con Pogacar, mano a mano, fueron 30 y pico de segundos en la crono. Puede que los demás hayan sido claramente inferiores a Tadej, pero Jonas no. Cómo no va a ser admirable y emocionante tal prodigio, casi a la altura del prodigio esloveno -para colmo sin equipo-. Ojalá se consolide el próximo año para plantarle cara a quien ya se empieza a afianzar como el cyborg dominante de la tercera década.

¿Las raudas exhibiciones del desahuciado abuelo Mark Cavendish acaso no producen emoción o solo la alta montaña las puede dar? La soberbia calidad, avidez de gloria y suficiencia del mismo Tadej, la garra (aunque sin fuerzas comparadas con el intratable campeón vigente) de Carapaz, las gestas y generosas exhibiciones de los dos galácticos Van Aert y van der Poel, el ritmo de carrera trepidante… Supongo que a mucha gente menos apasionada y más objetiva eso le parece emocionante.

Si se quejan porque alguien genética o anatómicamente superior a los demás domina de manera contundente (sobre todo los que empezaron a ver ciclismo desde 2013 o en el 2018), es que no conocen la historia de esta carrera.

Por solo tomar seis décadas, en los 60’s, la Grande Boucle se la repartieron solo (con algunos colados bisagra) dos cracks, intratables. El primer lustro fue para Anquetil (1957, 61, 62, 63 y 64). El final de la década -e inicios de los setentas- para Merckx (1969, 70, 71, 72 y 74). ¡Eran los Pogacars del momento! Ante cuyo poderío los demás parecían amateurs. El final de los setentas y principios de los ochentas fue para Hinault, que jugaba con sus rivales, voraz, sin que nadie que le tosiera. Esta gente arrollaba, dejaba sin chances al resto del top 10, los humillaban. Eran claros favoritos, insaciables y superiores a sus contrincantes más destacados. Ya ven, poco ha cambiado la “emoción” y reñida contienda entre muchos cracks que casi nunca ha existido.

La única década reñida con verdaderas palizas y resurrecciones al otro día entre ellos mismos, donde coincidieron tres vueltómanos superclases -en simultánea- fueron los ochentas. Cuando un trio de equivalentes a Froome o Indurain, es decir, grandes escaladores y mejores crooners, claramente superiores a sus contendientes se repartieron la cima del podio.

Tres victorias para Hinault (81, 82 y 85), dos para Fignon (83 y 84) y tres para Greg Lemond (86, 89 y 90). Pero esa década -y sus infames, horribles peinados y moda, aunque excelente música-, fue la excepción. Ganar en esos años con Pedro Delgado y Stephen Roche también en contienda y los demoledores escaladores colombianos (Herrera, Parra, etc) animando y dinamitando las carreras, no es por nada, pero si era más complicado y reñido para establecer hegemonía.

En los noventas impuso su dictadura Induráin (91, 92, 93, 94 y 95), sin nadie que medio le incomodara. Sus máximos rivales Chiapucci, Bugno y Rominger palidecían ante su robótico e infalible accionar. A la llegada del nuevo siglo -en pleno auge de la barra libre en farmacopea para el rendimiento-, más de lo mismo. Con el coco de turno, que en este caso fue el innombrable novio de Sheryl Crow (“All I Wanna do…” Sorry, es que era muy pegajosa esa canción): 1999, 2000, 2001, 2002, 2003, 2004 y 2005. No vamos a hablar de lo que todo el mundo sabe en esa “transfusionable”, testosterónica e infausta EPOca, donde solo los paisanos suyos -de usted- corrían limpios… Porque ya lo hemos hecho hasta el hastío. Nos centraremos en un argumento inobjetable para demostrar que siempre ha habido un superdotado generacional (ayudado por la mágica alquimia o simple privilegiado natural, o las dos cosas) que deja sin chances a sus rivales.

Luego, cuando la era oscura del dopaje se negaba a ceder y el “Ferrari” rampaba por las “Fuentes” de todos los equipos (Ricardo Riccó, Pantani, Rasmussen, Landis, Ullrich, Botero, Contador, Valverde, Mayo, etc) hubo mucha anarquía sin un claro patrón. Solían dar positivo incluso en un control sorpresa de ortografía, los más destacados (y los menos también) al poco tiempo de ganar.

Varios corredores sin mayor pedigrí, ni leyenda, ni continuidad pudieron triunfar (Sastre, Pereiro, Evans, Schleck, bien por ellos, aprovecharon el vacío de poder sin un tirano superdotado). Contador que fue el coco esos años, no pudo ser dominador de la ronda francesa de manera continua. No por falta de condiciones (aunque se llevó dos) sino por los constantes problemas de dopaje vinokuroviano en su equipo, que fue vetado en la ronda francesa de 2008 y también por su sanción posterior que le quitó uno ganado -en favor de Schleck, en 2010- y lo marginó cuando más alto nivel tenía. Merecido o no, justo o injusto, no estamos hablando de carne radioactiva ni de Edwin Ávila hoy.

Empezando la segunda década de este siglo, hizo irrupción el aplastante dominio del hasta hace poco implacable Sky (hoy con otro nombre que sabe a Fracking, digamos más terrenal, aún más rico y plagado de figuras que se desvanecen, pero tan venido a menos en poderío en el Tour) y aparte de los logros sueltos de Wiggins y Bernal, la dictadura la impuso Froome (2013, 2015, 2016 y 2017. Si no ganó en 2014 (en su mejor momento de forma) fue porque se cayó y tuvo que abandonar.

Siendo objetivos a Froome, con Poels, Porte y Thomas en sus mejores años a su servicio, no le costó mucho superar en el podio a escaladores puros, livianos, bajos y menudos como Purito Rodríguez, Nairo Quintana, Romain Bardet, o a motores diésel como Rigoberto Urán. Buenos escaladores en su mayoría, sí es indudable, aunque muy limitados contra el cronómetro, o derrotó a Valverde que era un grande -más en plan clásicas y etapas-, habitual podio en la Vuelta a España, pero no rival para Chris y menos en el Tour. No se los jugó propiamente con un par de Hinaults.

Quienes se empeñan en demeritar los logros de corredores de nacionalidades asociadas a algunos fanáticos que les resultan antipáticos o que les caen mal, deberían ver que ya con el tiempo y recapitulando, Froome no le ganó en franca lid a ningún súper clase, corredor completo. A Contador -que fue el más laureado previo a él-, lo pilló ya cuesta abajo. Chris fue el único crack versátil y superior entre 2013 y 2017. No por eso sus gestas y triunfos dejan de ser valiosos y admirables, ni esos Tours fueron aburridos para Quintana, Purito o Bardet y sus seguidores. Hay que derrotar a los que vayan, a los que toque y a los que sobrevivan. Eso piensan en Kenia y en UK, pero en otros lados no tanto.

¿Fueron acaso aburridos los últimos 60 Tours de Francia de Anquetil para acá? Total, casi siempre hubo un caníbal Merckx, un Hinault, un Indurain (que para colmo solían tener los mejores gregarios, al correr en los mejores equipos) un “innombrable” o dominador de turno muy por encima de los demás. ¡No, no lo fueron! Por el contrario, en ellos se sustenta la enorme afición que se fue creando y leyenda de este deporte. O mejor si, en función de que el aficionado insatisfecho con el espectáculo en ese momento no tenga un par de ídolos locales con opciones, en buena forma que peleen el podio, tengan chances de figurar o ganen.

Cuando los españoles brillaban entre 1988, que ganó Perico Delgado y su posterior -y constante- presencia en lo más alto del podio los 25 años siguientes, (Indurain, Escartin, Beloki, Freire -dominando sprints-, Valverde, Purito, Contador…) cuando ganaban tantas etapas, eran protagonistas y estaban cada año siempre en el cajón final, no había Tour aburrido para ellos. A nadie se le ocurría hacer siesta en julio a las tres de la tarde, después del telediario, cuando uno de los suyos era favorito para ganar, y ganaba. Cuando Nibali volaba y daba espectáculo, cuando Ivan Basso subía al cajón de Paris y Petacchi o Cipollini se llevaban media docena de embalajes cada edición. Para los tifosi no eran aburridos los Tours tampoco.

Cuando Nairo Quintana fue el mejor escalador del planeta durante tres años (2013 al 2015), Rigo o Bernal han tenido chances, subido al podio, o triunfado (caso de Egan) con los mismos actores y circunstancias, de repente el Tour si se torna emocionante y digno de ser seguido. Ya ven, ¿por qué llaman aburrimiento o falta de emoción a la propia impotencia o frustración?

La mezquindad y necedad humana son insondables, el aficionado ciclista no es la excepción.

Para seguir con la doble moral e hipocresía de tantos aficionados promedio -o al menos de los que más suelen trolear en los foros-, vamos a zanjar otra leyenda urbana o mito que de tanto repetirlo muchos terminan de creérselo. Siempre las victorias de nuestros “enemigos” o de los compatriotas de los fanáticos que nos caen mal -y van en contra de nuestro fanatismo- no tienen tanto valor: fueron afortunadas, sin rivales de peso, regaladas o sin lustre.

Hace poco les demostramos en una nota que a la Vuelta a España y al Giro de Italia NUNCA van los diez mejores vueltómanos del pelotón. Ni coincide el top 5 de ellos siquiera. Ese privilegio, guste o no, solo lo tiene el Tour. Por tanto, siempre una victoria en la Corsa Rosa o ronda ibérica se la suelen jugar dos o, como mucho, tres de los mejores vueltómanos del momento, de los cuales siempre alguno cae en desgracia antes de tiempo. El resto son tipos diésel, habituales sufridores abonados al puestómetro del top 10, que no les alcanza para ganar la segunda y tercera carrera por etapas en importancia, y mucho menos el Tour. Así ha sido siempre desde la época de Coppi, Merckx, Hinault, pasando por los ochentas, noventas y ahora. A nadie sensato se le ocurriría quitarle mérito a la victoria de Lucho Herrera, a las de Rominger, Contador, Roglic, Carapaz, el que sea, porque no se batió con la totalidad de la élite del momento.

El injusto y desagradable agravio comparativo que se repite (en función de que rival o nacionalidad odiada queremos devaluar), que la victoria de fulano de tal no es valiosa porque en su Vuelta a España o su Giro de Italia conseguido no le ganó a “nadie”, no venció a tal o cual coco generacional, que no participó o sus rivales no eran de tanta entidad, ese mantra absurdo no tiene ningún asidero argumental salvo la mezquindad o necedad.

Siento decirles que en esas carreras siempre ha ocurrido lo mismo, siempre. Si nos ponemos escrupulosos entonces los triunfos de nadie valen en esas mismas circunstancias, porque siempre se imponen ante gente claramente más débil o sin cualidades completas, salvo un par de rivales duros a lo sumo. ¿Quieren ejemplos?

VE 2017: Froome le ganó a un Nibali que ya perdía fuelle, tercero fue Zakarin y cuarto Kelderman. La verdad, no asustan mucho. VE 2018: Simon Yates le ganó al jovencito diésel Enric Mas, a un gran escalador reñido con la gravedad, sin cualidades para la crono como Miguel Ángel López y a ese tractor neerlandés llamado Steven Kruiswijk. En el 2019, Roglic le ganó a un admirable chaval de 39 años, Alejandro Valverde, que nunca le opuso resistencia y bastante tuvo con defender el podio. Su único rival de entidad que le atacó fue el debutante juvenil Pogacar, y le secundaron López, con sus infaltables caídas y percances, más su lastre contra el reloj y un ya claramente menguante Quintana. En el Giro de Italia 2016, Nibali venció a Valverde y Chaves, con Majka y Kruijswijk en el top 5… Revísenlas todas si quieren, nunca verán a los tres o cuatro cracks del momento juntos y menos en el podio.

Siendo honestos, no parece muy intimidante o complicado para el inspirado genio generacional y versátil de turno vencer en este tipo de carreras. Sus rivales son más accesibles por número y falta de cualidades completas que los del Tour o simplemente son grandes escaladores que van muy mal contra el reloj.

Por último, si lo que quieren es ofender a sus rivales con comentarios peyorativos o de ninguneo como esos, les voy a dar un dato un poco desconcertante. Este Tour 2021, a priori, reunía a lo más selecto del top 10 de vueltómanos consagrados del momento, lo mejor que hay. Pero en los tres primeros días las caídas diezmaron a los favoritos y escaladores más peligrosos para el campeón vigente o los hicieron retirar. Ni Thomas, ni Roglic, ni López, ni Yates -que venía doblado recién del Giro- tuvieron chances nunca de plantarle cara a Tadej, su desgracia masiva los sacó de las opciones. Sus máximos rivales a día de hoy, -penúltima etapa- y a quienes va a derrotar no parecen tener demasiado pedigrí contrastado, ninguno de ellos, excepto Carapaz, que ya ha ganado una gran vuelta.

Vingegaard es admirable, pero nadie se lo esperaba, ni venía a esto. Ha sorprendido por su enorme calidad, pero era gregario, y es su primera participación en el Tour. A Carapaz le sobra voluntad, pero le faltan fuerzas, está muy por debajo de su nivel de escalada del año pasado y ya no digamos del Giro que ganó en 2019. Loable lo de Rigo, hasta que petó, lo de Kelderman aferrándose al top 5; lo de Ben O’Connor, Lutsenko, G. Martin… pero vamos, no son ni mucho menos la sombra de Merckx o Induráin. Son rivales muy accesibles, salvo el ecuatoriano- cuando esté en plena forma en la montaña-, que no es el caso ahora mismo, que no están a la altura de Bernal ni Roglic. ¿Entonces? Juzgamos o no con la misma vara. O lo hacemos solo en función de quien nos caiga mal.

Vale, sí, Tadej es demasiado bueno, está por encima de todos los vueltómanos presentes y ausentes ahora mismo en esta ronda gala, pero el único rival contrastado y de calidad superior que le quedó después de la primera semana fue un Carapaz lejos de su nivel de años anteriores. No parecen muy explosivos ni súper clases los demás. Ni eran, ni han sido habituales del podio, excepto Urán que ya está mayor -34 años- y corre a punta de coraje, por encima de sus posibilidades.

A ver si aprendemos a respetar las victorias de todos y no solo de los que nos caen bien. Ganar una gran vuelta siempre será complicado, y hay que derrotar a los que queden, a los que toque, y a los que se presenten.


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