El deporte es emoción en su
estado más puro. Es todo un reto explicar la devoción que puede llegar a sentir
un fanático por un equipo o por un jugador. Sin recibir nada tangible a cambio,
millones de personas en el mundo pueden experimentar una variada gama de
sensaciones: euforia, plenitud, felicidad, orgullo, gozo. Para desatar todo
eso, lo único que tiene que hacer el depositario de esa simpatía es triunfar.
Un fenómeno digno de estudio, no?
Aunque lo que estoy describiendo
encaja perfectamente con lo que se ha vivido en estos tiempos de la Copa
Mundial de Fútbol, mi atención se ha fijado en algo mucho más minimalista. Un
suceso que pone en relieve la importancia de los detalles, la relevancia de lo
humano.
Imaginen que un joven
universitario, jugador de baloncesto, tiene gracias a su talento, su
persistencia y trabajo duro, la oportunidad anhelada de llegar a la NBA, máximo
nivel de ese deporte en donde, por supuesto, se topará con fama y fortuna. Es
la realización de un sueño que, sin embargo, quedará tronchado porque una
semana antes de dar el salto, le será diagnosticada una enfermedad que lo
sacará de por vida de una cancha. Ahora dejen de imaginarlo y conozcan la
historia de Isaiah Austin.
Este estadounidense nativo de
Fresno, California, ya había logrado sobreponerse a la pérdida de la visión de
su ojo derecho, tras una lesión que sufrió en la escuela media. Mantuvo esa
condición en secreto hasta hace unos meses, solo para asegurarse de que nada se
interpusiera entre él y su meta.
Isaiah iba muy bien hasta que se
atravesó en su camino el síndrome de Marfan. Cuando ya se perfilaba para ser
escogido en el sorteo de novatos, esta rara enfermedad, que afecta esqueleto,
pulmones, ojos, corazón y vasos sanguíneos, y que padece solo una de cada 5,000
personas, lo paró en seco. Demoledor.
Ante una nefasta situación como
esa, la NBA volvió a demostrar por qué es la mejor liga de baloncesto del
planeta, mucho más allá de sus estrellas, su alto nivel competitivo y sus
lujosos estadios. Es una marca amada y respetada porque también sabe cómo
emocionar sin necesidad de que haya balones, aros y gradas llenas de frenéticos
fanáticos.
Mientras se desarrollaba la
expectante jornada en la que los equipos y el público estaban concentrados en
las selecciones de los futuros profesionales del deporte, el comisionado de la
liga, Adam Silver, hizo un alto para anunciar que la NBA, escogía de manera
especial a Isaiah Austin. El auditorio estalló en una estruendosa ovación.
"Como los demás jóvenes que
están aquí esta noche, Isaiah se entregó a trabajar duro para tener una carrera
como jugador profesional y nos queremos asegurar que pueda cumplir al menos una
parte de ese sueño. Permítanme que tenga el gran placer de decir que con la
próxima elección del draft de 2014, la NBA elige a Isaiah Austin, de la
Universidad de Baylor", dijo en ese momento Silver.
El gesto fue tan significativo,
impactante y ejemplar que trascendió el ámbito y los medios deportivos.
Publicaciones no especializadas en deportes, tan importantes como People,
Huffingtonpost y Esquire, se hicieron eco del acontecimiento.
Con el inesperado homenaje, la
NBA cumplío así, de manera parcial, un pequeño sueño al chico de apenas 20
años. Un reconocimiento a su esfuerzo y una forma de poner de manifiesto que la
parte humana es lo más importante en el deporte. Obviamente, también reafirmó
que en nuestra época ya no es suficiente estar en el top of mind, hay que
apuntar aún con más fuerza al top of heart. (Interactuemos en Twitter:
@juanjosebell)
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