El problema de Nacho viene dado fundamentalmente por el calzado ciclista, que no se adapta a la morfología de su pie. Las zapatillas que él ha usado hasta ahora han sido muy estrechas. Teniendo 100 mm de anchura en metatarsos, todas las zapatillas que ha utilizado, de marcas muy diversas, no le daban, en el mejor de los casos, más de 92 mm de anchura.
Esta estrechez de horma hace que la zona de metas se comprima, cortando el riego sanguíneo a los dedos y provocando el adormecimiento de los pies. Nacho nos preguntaba si es que sus pies eran especialmente anchos y la respuesta es no. Su problema lo padecen muchos ciclistas, no hay más que fijarse en cómo la piel o lorica de las zapatillas se deforma en la zona de metatarsos. El pie no entra en la zapatilla y la piel se expande. Se forman también arrugas y pliegues en esa misma zona fruto de este fenómeno.
“Si mis pies no son especialmente raros y la mayoría tenemos metatarsos de una anchura de más de 95, ¿por qué los fabricantes hacen zapatillas estrechas?”, nos pregunta el ciclista extremeño. Pues es una cuestión de estética. Una zapatilla estrecha es mucho más estilizada y bonita que un zapato ancho. Las marcas lo saben y, para solucionar problemas que ellas mismas generan, se valen de materiales como piel, muy maleable, para que el pie pueda expandirse, deformando la zapatilla. En un 42, el número que se emplea de referencia en la industria del calzado, la anchura del piso de la zapatilla debería ser de 98 mm, pero ninguna zapatilla de las más conocidas del mercado lo cumple. Pero sí que hay empresas que ofrecen diferentes anchos de horma, e incluso zapatillas totalmente a medida, una solución perfecta para los pies del ciclista.
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