Por Raúl Bretón.-
Mister IQ
A simple vista, el baloncesto es un deporte en el que predominan los movimientos y las habilidades físicas que producen jugadas espectaculares que desatan pasiones y disparan ratings televisivos. Tangibles que le dan ese toque visual que convierte a esta industria en una mina de oro que seduce y conquista grandes mercados. Pero en lo intrínseco del juego mismo suceden cosas intangibles que son las que determinan una victoria. Esos pequeños y silenciosos pero importantes detalles que salen de la inteligencia de un jugador, ayudan a inclinar la balanza hacia lo favorable. Estar bien colocado, saber jugar cuando no se tiene la posesión del balón, tener una consciencia libre de egoísmos poniendo el interés colectivo por encima de las estadísticas individuales, respetar el plan táctico dibujado por el técnico, ser generoso con el pase, entender situaciones y lecturas de los partidos en momentos claves que definen el marcador final, y sobre todo, comprender limitaciones propias para no caer en la trampa de la sobreactuación que siempre se transforma en aberración. Jokic es una muestra moderna de todo lo anterior en donde se concentra la cúspide de la inteligencia de un jugador carente de los recursos que provee la habilidad física de este baloncesto posmoderno en donde reinan la velocidad, el desorden y el caos, pero repleto de los elementos cognitivos que le ayudan a comprender a una velocidad cerebral inimaginable las situaciones ideales para ejecutar buenas decisiones. Propietario de una creatividad asombrosa, divorciada del patrón elegante que caracteriza este juego, pero íntimamente vinculada a la eficacia. Jokic es un digno remanente de aquella escuela yugoslava que entendió que el jugador balcánico carece de velocidad. Que el genotipo y fenotipo de su raza obligaba a otro tipo de enseñanzas del baloncesto en donde la colectividad y la inteligencia individual de sus jugadores tenía que ser el atajo para acortar distancias con el baloncesto rápido y habilidoso de los estadounidenses. De aquella heterogénea Yugoslavia en la que los dictámenes del mariscal Tito mantuvo unidos a serbios ortodoxos, croatas y eslovenos católicos y bosnios musulmanes, no queda nada, pero la continuidad de un método de aprendizaje del baloncesto se sigue cultivando en cada una de la repúblicas que nacieron a raíz de la desintegración de la otrora potencia mundial de este deporte. Jokic (Serbia) es sin duda alguna el mejor jugador de la actualidad, pero si echamos un vistazo a la geografía balcánica encontramos a Luka Doncic (Eslovenia) Bojan Bogdanovic (Croacia) Nikola Vucevic (Montenegro) Jursuf Nurkic (Bosnia), mientras que en el pasado han brillado Drazen Petrovic, Vlade Divac, Dino Rada, Toni Kukoc, entre otros. Todos con la característica del pleno dominio de los fundamentos, porque muchas veces en el baloncesto es mucho más valiosa la neurona que el músculo.
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