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sábado, 10 de julio de 2021

¿Por qué todos los ciclistas quieren ir a sufrir al Tour de Francia?

Los mejores exponentes del ciclismo mundial participan en la "Grand Bouclé". Foto: Getty Images



Por Oscar Trujillo Marín.-

Ciclismo Internacional.-


El Tour de Francia no es la carrera más prestigiosa e importante del calendario ciclista mundial por capricho o mero chauvinismo galo. No lo es (aunque también, con el paso del tiempo) por su millonaria, amortizada y justificada caravana publicitaria. No, simplemente es la mejor carrera del mundo, con abismal diferencia, porque la calidad de sus actores es muy superior a cualquier competencia existente.

Foto: Getty Images

Ganar un sprint intermedio, un puerto de montaña, ya no digamos una etapa, mantenerse en una fuga (al menos conseguir entrar en ella) hacer podio o vencer en la general es infinitamente más complicado. La dureza está en la acumulación de rivales con demasiada calidad, lo más selecto del pelotón mundial: los mejores trenes de lanzamiento, los gregarios más cotizados y excelsos para llano y las cuestas, los punchers y aventureros más virtuosos del pelotón se pelean a muerte cada milímetro de espacio y cada opción de figurar por mínima que esta sea.

El mérito no es qué ganas, sino contra quienes te tocó batirte, a cuántos cracks, a cuántos súper clase lograste sobrevivir y superar al final de los 21 días. En eso, el Tour cada año no tiene rival. En atraer al mejor cartel posible, de lejos. Cualquier carrera ciclista, hasta una prueba infantil que le dé vueltas al parque del barrio puede ser muy emocionante, -sobre todo si participa alguien de nuestros afectos, una hija o un sobrino, etc.- igual hay tensión, emoción angustia, drama… Pero eso no significa nada en términos de categoría y extrema dificultad en la competencia, que la conceden son los rivales y el ritmo de carrera. Menos que se pueda comparar con un monstruo como lo es el Tour, bien sea la ronda ibérica o transalpina, para no ir más lejos.

Todos los que reniegan de la Grande Boucle por su aparente falta de emoción, o “espectáculo” tienen que aceptar que su trepidante ritmo los vuelve a atrapar cada año, sin que puedan hacer nada para evitarlo: aunque sea para quejarse. En el fondo esas diatribas suelen ocurrir cuando los suyos no destacan o ganan, sino ahí sí sería divino el trazado y el desarrollo de la prueba, claro.

No se trata del recorrido, que cambia cada año. Eso sí, cada vez con menos km contra el cronómetro, por desgracia; a veces con más o menos llegadas en alto, -que no necesariamente significa menos montaña- Sino miren esta edición, la terrible dureza en tanto puerto intermedio y la escabechina que se ha presentado en cada jornada quebrada con diferencias exageradas. Para algunos obtusos solo cuenta la montaña cuando el final de la etapa termina en cuesta larga o pasa de los dos mil metros; por lo visto no lo es cuando se cruzan parciales con brutales encadenados montañosos que cometen el sacrilegio de acabar en bajada. Como si las pendientes negativas no fueran parte obligada de las destrezas que debería tener un escalador o la cara “b” de la misma montaña.

Se escucha a menudo la trillada cantinela que el Giro de Italia es mejor, más vistoso, más compensado en su recorrido (en eso si estoy de acuerdo, incluso aunque lleven varias ediciones sin poder correrse en pleno la etapa reina, siempre por mal tiempo) y su desarrollo más anárquico; que es más emocionante (recordemos las carreras infantiles que también lo pueden ser…) De igual forma algunos afirman que la Vuelta a España con sus distancias para juveniles y sus 10 llegadas en alto, -la mayoría uni-puerto o en cortas cuestas de cabras- son más atractivas, lo cual no deja de ser más un anhelo o la voz del despecho que otra cosa.

Mirando nada más las primeras doce etapas de esta edición 2021 o las del año pasado, por solo hablar de los recientes Tours, es evidente que las otras carreras palidecen ante el altísimo nivel que se ve en esta competencia.

No creo que haya existido corredor en la historia que prefiriera ganar un Giro de Italia o una Vuelta a España que ser primero en el podio de Paris. Tampoco hay corredor que, habiéndolo corrido, no reconozca la dificultad extrema del Tour en comparación con las otras dos grandes carreras de 21 días.

La evidencia es contundente a favor de la ronda gala. No hay prueba más difícil, disputada, implacable por su infernal velocidad, la ambición superlativa con la que se corre y la enorme acumulación de corredores de excelsa calidad. Gente que en el Giro o la Vuelta suelen brillar, aquí no les da ni para ganar una etapa o meterse al top 10.

Así ha sido siempre y por eso la ronda francesa es la prueba reina de lejos y lo seguirá siendo. Las diferencias entre los treinta primeros -con 10 días por correr aún, en esta edición 2021-, son brutales. El parte de bajas en hombres ilustres y favoritos de este triturador de ilusiones no se compara con ninguna otra carrera; el estrés, la tensión y el nivel marca la diferencia. Wout van Aert, el corredor libra por libra más completo del mundo ahora mismo, con envidiable palmarés en clásicas de postín y triunfos parciales en pruebas por etapas, declaró esta semana que su victoria en la etapa del doble paso por el Mont Ventoux ha sido su logro más importante y grato hasta ahora. Poco que añadir.

El espectáculo y los méritos no son monocromáticos

Causa hartazgo ya escuchar (siempre en función de si el crítico es paisano o no del ciclista) cómo buena parte de la afición -bien sea europea o suramericana- por mucho ciclismo que hayan visto en su vida, se niegan a entender que hay distintas maneras de lograr un objetivo, y que ese “estilo” lo da las heterogéneas, diversas capacidades, talentos y virtudes de cada cual. Que no siempre, ni mucho menos, tienen que coincidir.

Al igual que sucede en el fútbol, y me perdonan el símil pero es pertinente, es tan espectacular y admirable ver a Messi driblando y repartiendo juego con genialidad única, como ver a un atleta de gimnasio, caso de Cristiano Ronaldo definiendo como le quede la bola -y como le caiga- de manera magistral y letal; también ver al legendario Maldini, en su momento Pasarella o Godín defendiendo en la zaga, infranqueables por aire o tierra; o disfrutar a perros de presa, picapiedras infatigables en el medio campo como Gatusso, Simeone o Patrick Vieira; o a Khan, Buffon o Neuer atajando lo imposible. Cada uno brilla con sus dones naturales e intenta hacer ganar a su equipo con sus particulares virtudes.

A nadie con dos dedos de frente se le ocurriría pedirle a Gatusso que drible o defina como Messi y Cristiano. Pero todos los técnicos del mundo quieren un Gatusso en su equipo, sin ellos tampoco hay triunfo. En el ciclismo ocurre igual. Cada uno intenta vencer, imponerse con su talento (y los hay de muchas clases) Es tan loable atacar a lo bestia con el ímpetu juventud y clase de Pogacar o Bernal cuando está bien, o en su momento Contador; como ser astuto, leer muy bien las carreras, saberse regular, destacar en todo aunque no se sea el mejor en nada, y ser un derroche de pundonor y constancia a pesar de sus evidentes limitaciones y falta de un organismo privilegiado como los genios generacionales anteriormente nombrados. Este es el caso de Rigoberto Urán tan criticado por no hacer ataques (bastante le cuesta con seguir a los mejores y no es su fuerte) Pello Bilbao, Enric Más o el mismo Kruijswijk de sus mejores temporadas. Su forma de destacar tiene el mérito de sus enormes limitaciones.

Gente como Urán no tiene, ni de lejos, el talento natural genial, privilegiado y carácter explosivo de Tadej, Egan o Alberto en sus días dorados. Hay mucho mérito en permanecer en la élite tanto tiempo, aunque aficionados ignorantes los tilden de ruederos de manera despectiva. Como si ser tantas veces top 10 o 5 o podio en vueltas de tres semanas estuviera al alcance de cualquier gil o fuera muy fácil quedar siempre entre la media docena de elegidos en las etapas más duras. Como si fuera muy fácil seguirle la rueda al trío de cracks generacionales de turno y más aún en el Tour de Francia donde siempre va la pléyade del ciclismo mundial en su más alto pico de forma.

Tiene mérito y es espectacular que corredores tan limitados lleguen tan lejos a punta de tesón, capacidad de sufrimiento rigor y disciplina, aunque su cuerpo no les dé para lanzar ataques a pie de puerto o derrapar dos mil metros sostenidos en cuesta. Tiene mérito y es espectacular que un ex esquiador y ciclista tardío, que hasta el 2017 solo era especialista al cronómetro nada más, como es el caso de Primoz Roglic, sea capaz de ir en la cabra tan bien como los más destacados, de bajar tan bien, de ganar clásicas duras con repechos y de llegar con los mejores escaladores del mundo en las cimas más altas -sin ser especialista nato- y tener arrestos para rematarlos. Tiene mucho mérito también morir en la orilla siempre como Mikel Landa o Miguel Ángel López (cuando logran sostenerse sobre la bici varios días sin besar el suelo) que dinamitan las carreras, aunque siempre otros con más suerte o destreza con la máquina (que también juegan) se lleven la gloria.

Habría que aprender como aficionado a exigirse un poco más de cultura, (al margen de las bajas pasiones chauvinistas, devastadoras e irracionales) Aprender que hay muchas maneras de ganar de acuerdo con el organismo y dones de cada cual. Que todas son válidas y admirables a su manera; que no todo el mundo nace para ser Merckx, Contador, Hinault, van der Poel o Pogacar y sostener un ataque, siendo favorito durante 40 km.

Por eso cuando alguien más débil o menos tocado por los dioses gana a punta de oficio, capacidad de sufrimiento, inteligencia y coraje, es cuando más se humaniza el ciclismo y mejor sabor tiene para el aficionado imparcial.

Sería espectacular que sufridores natos y versátiles como Rigoberto Urán o Pello Bilbao pudieran ganar algún día el Tour de Francia, que por una vez que a los más débiles se les alinearan los astros, ver derrotados a los intratables Dioses por un voluntarioso y sufrido mortal. Eso sería lindo, que en la vida real David pudiera abatir de vez en cuando a Goliat. Quedan ocho etapas -con la de hoy sábado- para saberlo y que el destino nos sorprenda.

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