LIEJA.- La 103ª edición de la Lieja-Bastogne-Lieja, la más antigua de las clásicas, comenzó con un minuto de aplausos tristes, los que dedicó el pelotón conmovido a Michele Scarponi, fallecido la víspera al chocar contra una camioneta que no le había cedido el paso. Terminó con Alejandro Valverde, el ganador esperado, señalando al cielo con los dos índices, y casi llorando.
“Se la dedico a Scarponi”, dijo, y casi le saltaban las lágrimas al corredor murciano, coetáneo del italiano. “Era muy buen amigo mío, ha sido una pena”, añadió Valverde, que anunció que los 20.000 euros que recibirá por su victoria serán para la familia de Scarponi.
Valverde, que cumple 37 años el martes, es el corredor más viejo que gana la Lieja. Es el decano de la decana del ciclismo mundial. Scarponi también tenía 37 años y había ganado recientemente la primera etapa del Tour de los Alpes.
La carrera se resolvió en el último de sus 258 kilómetros, en la última cota, la de Ans, la que no puntúa. Fue el duelo de los últimos años, de la última Flecha: Daniel Martin, el irlandés irredento, intentó sorprender, evitar el sprint final del grupo de los favoritos, atacando a casi un kilómetro. Valverde le vio pasar. Esperó. Esperó. Esperó su momento como un francotirador que persigue con su mirilla a un objetivo lejano, esperando a que se detenga. Llegada la señal de los 500 metros. Valverde salió disparado. Los que le acompañaban se quedaron mirando. Valverde alcanzó a Martin con aparente facilidad antes de la última curva. Respiró un poco a su rueda, y, pasada la curva, volvió a acelerar. Con diez pedaladas le distanció en dos bicicletas al irlandés, derrotado de nuevo. “He calculado la distancia y ha salido bien”, dijo, simple, Valverde. Tercero llegó el polaco Michal Kwiatkowski. El segundo español, Ion Izagirre, fue quinto.
Es la cuarta Lieja del líder del Movistar, segundo en un ránking en el que le supera Eddy Merckx. Es también el tercer doblete Flecha-Lieja (el conocido díptico de las Ardenas): sumando sus victorias en ambas clásicas (cinco más cuatro), supera ya al Caníbal (tres Flechas más cinco Liejas). Este es el nivel de la grandeza, que parece inagotable, infinita, de Valverde.
Alrededor de Valverde, como compuesto por satélites y planetas menores, gira el pelotón. Valverde es un rematador casi infalible y paciente. A diferencia de la Flecha, que se reduce habitualmente a los últimos metros del muro de Huy, la Lieja, la clásica de las 10 cotas y 4.000 metros de desnivel, los propios de una buena etapa de montaña del Tour, es una carrera complicada de interpretar. Es territorio de emboscadas, de ataques inesperados, de heroísmos, de juegos de equipo, de picardía y resistencia, de zonas en las que el viento juega con las ideas y las enloquece, de descensos por caminos estrechos que se convierten, de repente, en empinadas cuestas. Es el territorio de La Redoute, Saint Nicolas y la Roca de los Falcones, de las traiciones, de los ataques. Entre tantos azares, Valverde, que solo dispone de un arma, su final, ha salido victorioso cuatro veces. A Valverde, tan veterano, tan famoso, todos los rivales le conocen, todos saben lo que va a hacer, todos lo vigilan. Por las noches, en la cama, dan vueltas en la cabeza a sus planes, a escenarios ideales que pocas veces se cumplen. Hablan entre ellos y se desesperan. Solo de vez en cuando lo frenan.
Hay etapas de Tour que parecen clásicas, por las vicisitudes y peripecias que conducen a su resolución, y también hay clásicas que son como etapas, como esta Lieja, en las que todo sucede para que terminen como se prevé: una fuga poblada, unos cuantos minutos, un pelotón que controla guiado por el Movistar, el equipo del favorito, el equipo responsable, que luego, los últimos kilómetros, agotada la fuga, debe combinar alianzas pasajeras con otros equipos para evitar el caos. El descontrol lo han buscado hoy los del Sky de Kwiatkowski, que ha utilizado a Sergio Henao en la tarea, y los del Orica, a través de Kreuziger. El control lo ejercieron junto al Movistar el Quick Step de Dan Martin y el BMC de Van Avermaet, rendidos a un final de libro, a la ley de Valverde. Los últimos intentos de Formolo y Omar Fraile nacieron condenados. Y también el ataque de Martin, el último resistente, que, una vez más, cayó en la batalla ante el rematador paciente y certero. (Fuente: EL PAÍS).
La carrera se resolvió en el último de sus 258 kilómetros, en la última cota, la de Ans, la que no puntúa. Fue el duelo de los últimos años, de la última Flecha: Daniel Martin, el irlandés irredento, intentó sorprender, evitar el sprint final del grupo de los favoritos, atacando a casi un kilómetro. Valverde le vio pasar. Esperó. Esperó. Esperó su momento como un francotirador que persigue con su mirilla a un objetivo lejano, esperando a que se detenga. Llegada la señal de los 500 metros. Valverde salió disparado. Los que le acompañaban se quedaron mirando. Valverde alcanzó a Martin con aparente facilidad antes de la última curva. Respiró un poco a su rueda, y, pasada la curva, volvió a acelerar. Con diez pedaladas le distanció en dos bicicletas al irlandés, derrotado de nuevo. “He calculado la distancia y ha salido bien”, dijo, simple, Valverde. Tercero llegó el polaco Michal Kwiatkowski. El segundo español, Ion Izagirre, fue quinto.
Es la cuarta Lieja del líder del Movistar, segundo en un ránking en el que le supera Eddy Merckx. Es también el tercer doblete Flecha-Lieja (el conocido díptico de las Ardenas): sumando sus victorias en ambas clásicas (cinco más cuatro), supera ya al Caníbal (tres Flechas más cinco Liejas). Este es el nivel de la grandeza, que parece inagotable, infinita, de Valverde.
Alrededor de Valverde, como compuesto por satélites y planetas menores, gira el pelotón. Valverde es un rematador casi infalible y paciente. A diferencia de la Flecha, que se reduce habitualmente a los últimos metros del muro de Huy, la Lieja, la clásica de las 10 cotas y 4.000 metros de desnivel, los propios de una buena etapa de montaña del Tour, es una carrera complicada de interpretar. Es territorio de emboscadas, de ataques inesperados, de heroísmos, de juegos de equipo, de picardía y resistencia, de zonas en las que el viento juega con las ideas y las enloquece, de descensos por caminos estrechos que se convierten, de repente, en empinadas cuestas. Es el territorio de La Redoute, Saint Nicolas y la Roca de los Falcones, de las traiciones, de los ataques. Entre tantos azares, Valverde, que solo dispone de un arma, su final, ha salido victorioso cuatro veces. A Valverde, tan veterano, tan famoso, todos los rivales le conocen, todos saben lo que va a hacer, todos lo vigilan. Por las noches, en la cama, dan vueltas en la cabeza a sus planes, a escenarios ideales que pocas veces se cumplen. Hablan entre ellos y se desesperan. Solo de vez en cuando lo frenan.
Hay etapas de Tour que parecen clásicas, por las vicisitudes y peripecias que conducen a su resolución, y también hay clásicas que son como etapas, como esta Lieja, en las que todo sucede para que terminen como se prevé: una fuga poblada, unos cuantos minutos, un pelotón que controla guiado por el Movistar, el equipo del favorito, el equipo responsable, que luego, los últimos kilómetros, agotada la fuga, debe combinar alianzas pasajeras con otros equipos para evitar el caos. El descontrol lo han buscado hoy los del Sky de Kwiatkowski, que ha utilizado a Sergio Henao en la tarea, y los del Orica, a través de Kreuziger. El control lo ejercieron junto al Movistar el Quick Step de Dan Martin y el BMC de Van Avermaet, rendidos a un final de libro, a la ley de Valverde. Los últimos intentos de Formolo y Omar Fraile nacieron condenados. Y también el ataque de Martin, el último resistente, que, una vez más, cayó en la batalla ante el rematador paciente y certero. (Fuente: EL PAÍS).
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