El asesinado periodista Orlando Martínez Howley fue el símbolo de la libertad de expresión en los 12 años de gobierno del presidente Joaquín Balaguer Ricardo. |
Los mencionados en el título: Una conducta y una retahíla de asesinos
Por F.S.-
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Después de la Guerra de Abril (1965) se desbordó el terrorismo de Estado. Tanto en el gobierno provisional de García Godoy, como en el del doctor Joaquín Balaguer Ricardo, corrió mucha sangre en el país.
Desde las fuerzas militares y la Policía Nacional se cometieron numerosos crímenes. Una patrulla de la Policía en el año 1969 ejecutó a un grupo de ciudadanos. Por casualidad, uno quedó vivo y declaró, acusando al teniente Herasme y a la patrulla de la P.N.
Debido a esto salió a relucir las actividades nocturnas de estos individuos: Todas las noches, apresaban ciudadanos para asesinarlos, sin otra razón que no fuera el odio y el desequilibrio mental del teniente Herasme.
En el 1970, un sargento de la P.N., apodado Ráfaga, apresó a cuatro ciudadanos en Barahona, fusilándolos en una playa de esa provincia.
Pasaron décadas y gobiernos. El sistema de golpizas, torturas y asesinatos trascendió el nivel político para caer a todos los niveles de la sociedad. Ya no sería el capitán Arias Sánchez, asesinando al periodista García Castro, ni los oficiales de la fuerza aérea, a Orlando Martínez. Se impuso el crimen sin control.
Hacen unos años atrás, se conoció el espantoso caso del teniente La Soga. La sociedad fue estremecida. Se hizo pública la denuncia sobre sus crímenes y andanzas: más de 20 asesinatos. Un sicario al servicio del gansterismo. Un oficial con licencia para matar. Supuestamente tenía orden de arresto, pero vivía en Santiago. Una mañana cayó abatido, mientras hacía su caminata mañanera. Todo quedó en la sombra de siempre.
El mes pasado la sociedad fue impactada por la acción del señor Juan Antonio Estévez Santiago, alias Guancho, ex miembro de la policía quien amenazó y disparó contra un técnico de una empresa de comunicación y lo amenazó de muerte.
El periodista Gregorio García Castro, del desaparecido periódico Ultima Hora, fue asesinado. |
Ahora, llegó el caso de un desequilibrado mental de apodo Cabito, pero de rango sargento. El hombre tiene un hospital de heridos y un cementerio de muertos. Era un gatillo alegre que andaba por las calles disparando y matando ciudadanos por cualquier acto insignificante. Nada detenía a este hombre. Hasta sus compañeros policías le tenían miedo.
Sólo la claridad del día y las cámaras, pudieron detectar a este asesino, al disparar y matar a un joven abogado y oficial de la misma policía. Llegó el escándalo por la muerte de ese joven. Por la indignación de la población, ya Cabito, no sería protegido más.
No importa un español, ni nada para una supuesta reforma: la saga, la saña y la seña no se detiene. Cuestión de fondo, de sistema, no de jabón para lavar la cara.
¿Cuantos protectores y jefes de los Cabitos hay, tras un limpio y elegante uniforme?
“Es criminal quien sonría al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a su mesa; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir”. José Martí.
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