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viernes, 27 de septiembre de 2024

RAÚL BRETÓN: La triste realidad de Oakland



Por Raúl Bretón.-

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Primero los Warriors, luego los Raiders y ahora los Atléticos. En tan solo cinco años, Oakland se ha quedado sin representantes de las tres principales ligas profesionales de Estados Unidos. Los Warriors decidieron cruzar la bahía para instalarse en San Francisco y jugar en una nueva casa que le produjera más recursos económicos en una ciudad más rica. Los Raiders se cansaron de esperar por la construcción de un nuevo estadio exclusivo para el fútbol americano. Ahora juegan en Las Vegas a casa llena, en un estadio financiado por los recursos que generan las apuestas, hecho a su medida y uno de los más atractivos de la todopoderosa NFL. Con los Atléticos se ha dado una combinación infalible que conduce al rotundo fracaso. Una ciudad pobre que gasta más de lo que produce, políticos opuestos a invertir dinero público en caros y modernos estadios de negocios privados como son los deportes profesionales, y un propietario tacaño como John Fisher, renuente a meterse las manos en los bolsillos para hacer de los Atléticos un equipo más competitivo. Fisher es el heredero de la marca GAP, y solo hay que entrar a una de sus tiendas para darse cuenta que en cientos de metros cuadrados solo encontraras tres o cuatro trabajadores, una muestra inequívoca de una política que busca reducir a mínimos los gastos para maximizar las ganancias, mismo plan aplicado a estos Atléticos. Oakland es una ciudad étnicamente diversa, con predominio de afroamericanos. Una ciudad que ve descender su demografía de poco más de 400 mil habitantes, muchos de ellos tienen que cruzar diariamente el Bay Bridge para buscar el sustento en San Francisco porque las fuentes de trabajo en una ciudad obrera como Oakland son cada vez más escasas. Existen otros problemas sociales y raciales que terminan repercutiendo de manera negativa en la economía de la ciudad, pero el principal motivo de la estampida de sus equipos reside en la carencia de recursos para sustituir al viejo y obsoleto Coliseum, último amasijo de hormigón de diseño circular, intento fallido que inició en todo el país en la década de los sesenta, para albergar a los equipos de béisbol y fútbol americano de una misma ciudad en un mismo estadio. El Coliseum fue vencido por el tiempo y su decadente dibujo con enormes espacios que alejan al espectador, que combinado con una terrible administración que cada temporada elevaba los precios de las entradas a una clase obrera con menor poder adquisitivo, fue el perfecto caldo de cultivo para que los Atléticos registraran la peor asistencia en las últimas tres temporadas de toda las Grandes Ligas. En el deporte moderno no hay espacios para el romanticismo. Las franquicias van a las ciudades que les garanticen modernas instalaciones y mayor afluencia de fanáticos. Las bases robadas de Ricky Henderson, los salvamentos de Dennis Eckersley y los cuadrangulares dopados de José Canseco y Mark McGwire son parte del pasado, o sea, de la historia de estos Atléticos que se van a la Ciudad del Pecado a buscar lo que ya Oakland no les podía dar:dinero. Para explicar eso no basta recurrir al absurdo consuelo que hipócritamente dice “ No vale la pena estar tristes porque se acabó, sino estar felices de que haya sucedido”.

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