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lunes, 8 de octubre de 2018

¿Cuántas coros se han roto por coger un "pique" en un entrenamiento?



Hace unas semanas me encontré con mi amigo Toni y la verdad que hacía meses que no le veía, y es que este colega siempre lo ha sido pero encima de la bicicleta, fuera de ella era raro vernos sin maillot ni culotte porque a Toni lo conocí en bici y así ha sido durante todos estos últimos años que nos hemos visto.

Él, nuestro amigo Agustín y yo, inseparables mucho tiempo todos los martes y jueves de la semana, compañeros de muchas horas de entreno, de muchos kilómetros recorridos juntos, de mucho sudor y esfuerzo compartido.

Toni y Agustín pertenecían a otro club ciclista de la comarca, diferente al mío, y mejor omitiré el nombre y que entenderéis perfectamente cuando acabéis de leer estas líneas.

Ellos, evidentemente, salían de “excursión” los sábados con su grupo, y yo con el mío, así que los fines de semana nos separábamos momentáneamente, hasta el siguiente martes, cuando también nos explicábamos las batallitas de la última salida.

Estos dos amigos míos, porque yo así los considero “amigos” y ellos a mi supongo que igual, eran dos chicos que tiraban mucho, una barbaridad, y yo me conformaba con seguirles la rueda, sacando el hígado eso sí, aunque si se descuidaban, de vez en cuando, me gustaba ponerlos a prueba, aunque era consciente de que si los cabreaba me podían dejar tirado en cualquier momento.

Para que os hagáis una idea, pruebas como la Quebrantahuesos la disputaban a saco e incluso un año entraron entre los cincuenta primeros con un tiempo de 6 h 30’.

Unas auténticas bestias…

Yo ya sabía que salir con ellos a entrenar era un dulce martirio: tres agridulces horas que daban para mucho y pocas veces nuestras salidas fueron en “son de paz”, sobre todo entre ellos dos, con un nivel similar, y yo, el tercero en discordia.

Era el que lógicamente intentaba poner un poco de cordura a tanta locura: a pulsaciones rayando los límites del infarto, al sabor a sangre en la boca, a los intensos dolores de cabeza posteriores a la salida, debidos sin duda al sobreesfuerzo realizado.

A pesar de todo esto, no podemos negar que disfrutábamos con el sufrimiento, y luego siempre volvíamos a quedar, aunque al menos yo, después de una salidita de éstas, siempre se me quitaban las ganas y pensaba “la última, yo no vuelvo con éstos dos”. 

Pero al llegar el jueves, me volvía a juntar con ellos a las ocho en punto, como siempre, delante de casa de Toni.

También siempre habíamos comentado que esperaríamos entre 5 y 10 minutos, y que pasado este tiempo se entendía que a lo mejor a alguien le habría resultado imposible venir: nunca pasó, ninguno de los tres faltó nunca a la cita y allí estábamos como clavos, esperando el banderazo de salida, y si además se respiraba el inconfundible olor de la embrocación Gras, brillando en sus piernas, ya sabía que no iba a ser una jornada plácida de paseo.
Descolgado de la bicicleta

Esto fue así hasta que por mi culpa, y por motivos de salud, dejé de salir en bicicleta, al menos a aquel nivel y de esta manera los dejé solos con su bendita locura.

Yo iba sabiendo de ellos, bien porque de vez en cuando venían a hacerme una visita fugaz a casa, siempre en bicicleta y vestidos como guerreros, y otras porque iba siguiendo sus clasificaciones en las más duras marchas del calendario, marcando unos tiempos estratosféricos.

Algo extraño empecé a ver en aquellas posiciones, y es que, a pesar de que los dos siempre iban juntos, se iban distanciando un poco entre ellos, a veces con diferencias realmente insignificantes: cinco, diez minutos…

¿Qué más da?

En una marcha que te puedas estar 7, 8, 9 ó más horas encima de la flaca

¿qué son unos pocos minutos de separación?


Evidentemente había entrado en juego lo que yo siempre había temido que podía llegar a ocurrir: el pique, la lucha, y estaba claro que intentaban dejarse de rueda el uno del otro estos “amigos” que compartían vehículo para desplazarse, alojamiento, cenas y desayunos, pero ahora, cuando se subían a la bicicleta, ya no se conocían, ya no se hablaban como antes, y seguramente sólo intercambiaban algunas palabras a la salida o a la llegada:

“Yo he hecho oro, ¿y tú?”

“Te he metido 8 minutos, ¡8!…”

“¿Dónde estabas cuando he pinchado?”


Esta situación fue empeorando y llegó a ser insostenible, y así cuando le pregunté a mi amigo Toni sobre la “grupeta” noté enseguida en su cara un sentimiento de tristeza y abatimiento.

Lo encontré cansado, hasta quizás diría que en estos últimos meses había envejecido más de lo normal.

“Mal, muy mal, el grupo se ha roto. Cada uno va por su lado y cuando salimos los sábados con el club aquello es como un ejército: tirar, tirar,… Arrancan y aprietan de salida, a ver quién se queda, a ver a quién le pueden dar y reventar. Cada sábado es una batalla, un desastre, a veces nos quedamos solos y todo el grupo desperdigado, ni nos juntamos para almorzar. Cada uno hace la guerra por su cuenta, esto ni es un club, ni es un grupo ni nada. Yo ahora salgo solo a entrenar y si me apetece corro y si no, pues paseo, pero estoy tan agotado de esta situación que igual cuelgo la flaca y me paso al mountain bike” 



Sus palabras me dieron mucha pena y me hicieron reflexionar.

¿Realmente vale la pena llegar a esta situación?, ¿destrozar una o varias amistades?, ¿romper con la estabilidad de un grupo?, ¿qué está pasando?, ¿a qué estamos jugando?, ¿acaso vivimos de esto?…

Demasiadas preguntas, pero hay que seguir insistiendo en valores como la amistad, el compañerismo, la salud -¿acaso es sano dejarte el corazón en una ascensión con tal de que no te pillen?-, disfrutar del entorno y la naturaleza -¿o es que realmente disfrutáis del paisaje cuando vais ciegos por el esfuerzo realizado?-…


Y siguiendo con más preguntas: un minuto metido en alta montaña, o media o una hora en una gran marcha…

¿son más valiosos que ese compañero tuyo que te ha acompañado hasta aquí?

O ese oro, o esa plata, o todos esos trofeos que tienes en casa que el día de mañana y cuando los vean tus nietos, se pensarán que entre tú y Armstrong os llevasteis todos los grandes premios de principios del siglo XXI.

¿Valen más que poder salir todos los sábados con tu club a disfrutar del deporte que más amáis?

Hacía días que quería escribir algo así y la verdad, no sé si alguien antes había tratado este tema, pero si con esto consigo que lo penséis un poquito ya me daré por satisfecho.

Gracias otra vez.



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