El oro estaba predestinado para Miguel Induráin Larraya, pero fue él su dueño en aquel final electrizante con la rueda trasera pinchada y bien sujeta por su mecánico Alejandro Torralbo. Fue una figura, tímida, pero de primer nivel.
Duitama, en pleno corazón de la cordillera Oriental (Colombia), iba a ser la sede elegida para acoger el evento. Un trazado extremadamente duro, que parecía reservado para los escaladores puros. Un escenario idílico para los colombianos de haber llegado la carrera en otro momento.
Nelson “Cacaíto” Rodríguez y Oliverio Rincón eran las mejores bazas locales, pero no parecían favoritos a medalla. Suiza, con Laurent Dufaux y Mauro Gianetti; Francia, con Richard Virenque y el campeón en ejercicio, Luc Leblanc, y, por supuesto, Italia con Francesco Casagrande, Lanfranchi y Marco Pantani, parecían los principales rivales de España. La selección embarcó al altiplano un equipo de relumbrón capitaneado por Indurain, y con Olano, Fernando Escartín, y el malogrado José María “Chava” Jiménez como bazas tácticas.
Casi cien corredores toman la salida. A la dureza del recorrido cabe sumar la presencia de la lluvia que acompañó a los corredores desde el ecuador de la prueba. Los seleccionadores buscan las clásicas escaramuzas, en las que se ven involucrados corredores importantes como Pantani, Leblanc o Jiménez. Los abandonos aumentan exponencialmente, y sólo quedan 25 corredores a falta de tres vueltas para el final. En ese punto, la lluvia había convertido el trazado en una pista de patinaje, y Miguel Indurain evitó dos veces la caída echando pie a tierra.
A falta de dos vueltas para el término la carrera, Indurain volvió a ser víctima de la fatalidad y sufrió un pinchazo en medio de un ataque de Mauro Gianetti. Miguel contactó en medio de la subida al puerto, e Italia neutralizó la intentona suiza. Al poco de coronar el puerto, Abraham Olano, se juega el tipo y decide atacar en el descenso. Italia, que había ejercido la capitanía del grupo las últimas vueltas decide esperar. Olano iba a pasar con 23 segundos de ventaja a toque de campana.
Continúan las dudas, y Olano aumenta su renta por encima de la barrera psicológica del medio minuto. A pesar de no haberse mostrado durante la prueba, Suiza, Italia y Francia respetan en exceso la figura de Indurain. Durante el último ascenso al puerto, Mauro Gianetti vuelve a atacar con todo. Sólo dos hombres pueden seguirle a rueda: Marco Pantani y Miguel Indurain. La ventaja de Olano al final del descenso era de algo más de veinte segundos, pero Indurain estaba ejerciendo de freno.
Pantani, el eterno pirata, miraba receloso a Miguelón que rodaba bajo esa imperial estampa con la que domino tiránicamente las carreras francesas a principios de los noventa. Ese rictus mezcla de benevolencia e insolencia. El seleccionador español José Grande tenía la sartén por el mango, y toda España soñaba con el doblete.
“No puede ser, no puede ser” se lamentaba al límite de sollozos Karmele, esposa de Abraham Olano en los micrófonos de COPE. Las imágenes de televisión mostraban la rueda trasera del de Anoeta con signos claros de ir pinchada, justo al paso del arco del último kilómetro. Lo que iban a ser minutos de gozo se transformaron en zozobra.
Olano se encomendó a algún santo, quien sabe si a su protector San Beltrán, y con dosis de sangre fría aguantó su ventaja y cruzó la línea de meta dando a España su primer oro en ruta. Lo mejor estaba por llegar. Indurain, más fresco, demostró que cuando tenía que esprintar era muy rápido y superó a Pantani, bronce, y Gianetti, en el esprint por la plata. España firmaba su mejor actuación mundialista, con dos oros y dos platas. Fuente: defemerides
Miguel Induráin no ganó el Mundial. El mejor corredor del mundo no exigió lo que era suyo, lo que por derecho le pertenece. Induráin no ha recogido la promesa de la historia de convertirse en el primer ciclista, español en ganar el Mundial. Miguel Induráin no cruzó el primero la meta, pero fue el campeón de la generosidad. El primero en levantar la mano después de cruzar la meta fue un compatriota suyo, su heredero natural, el guipuzcoano Abraham Olano, pero sólo Induráin, puede saber lo que le costó el gesto que facilitó el triunfo de un Olano protagonista del momento más emocionante quizás, de la historia del ciclismo mundial: Olano, con la rueda trasera pinchada, todo su peso sobre una goma que amenazaba con despegarse de la llanta -imposible frenar-, recorriendo los últimos kilómetros hacia la gloria, aguantando las acometidas de un terceto perseguidor -Pantani, Induráin, Gianetti- rabioso.
Ni siquiera pudo Olano levantar los dos brazos en triunfo. Levantó asustado la mano derecha. Con una rueda pinchada no había estabilidad para soltar los dos brazos del manillar. El Mundial más popular, aquel que el pueblo colombiano ha convertido en fiesta-dió lugar a la mayor gesta. Induráin soñaba con el Mundial, necesitaba que el maillot arcoiris refrendara su supremacía en el ciclismo mundial, anhelaba ese símbolo más todavía que la recuperación del récord de la hora. Y dejó que se le escapara todo por compañero.
Una exhalación
Cuando Olano dio gas a su bici en el llano previo a la última subida, Induráin controlaba el ralo grupo en que el destrozo del Mundial había convertido al gran pelotón. Induráin era el más fuerte, le habría sido fácil coger la rueda de Olano, abortar la escapada que se veía triunfal desde el momento en que la exhalación Olano pasó a su lado. El guipuzcoano era su rival. En la vuelta decisiva todo el que ataca va a ganar. Los colores del maillot importarían poco a casi todos. Menos a Induráin. El navarro no arrancó detrás de Olano, no cargó con toda la camarilla de chuparruedas que le seguían.
Aunque perdió el Mundial, hizo de gregario ideal, el mismo gesto que tantas veces ha hecho con sus compañeros del Banesto y que tantas veces ha sido criticado porque se decía que regalaba victorias menores. Así, cuando saltó Olano, Induráin le regaló el título. Hizo dudar a todos los rivales, obligó a todos a pararse sin que nadie se decidiera. La cizaña funcionó. Olano ganó la distancia necesaria para aguantar la última subida. A duras penas, pero una vez coronando con unos míseros segundos arriba sabía que el des censo era suyo, que sólo la des gracia le podría privar del, arco¡ ris. E Induráin también se sintió triunfador. Levantó el puño izquierdo con rabia, el gesto que suele hacer cundo gana una etapa. No sólo ganó Olano gracias a Induráin. Triunfó por el trabajo de otros 10 hombres. De Escartín, y Jiménez. De hombres con caras como cuchillos y piernas de hierro. Todo afilado. Sin un gramo de grasa. Para la épica daría tema el abulense José María Jiménez.
El Mundial de Colombia se cubrió en siete horas y diez minutos. Olano firmó una estadística de 143 pulsaciones de promedio y una frecuencia máxima de 177, mientras que la media total de velocidad de la carrera fue de 37,053 kilómetros por hora. Sólo terminaron 20 corredores. Abraham se convirtió en el primer español en ganar un mundial en ruta, pero declaró que seguiría trabajando para Rominger.
Si no hubiera ganado un español, si Induráin no hubiera quedado segundo, toda- la crónica se la ganaría el Chava de El Barraco. Y casi tanto el resto de seleccionados. Y los demás, que hicieron que la táctica funcionara con una precisión suiza. Que los italianos llevaran todo el peso en los momentos decisivos y que los suizos no se aprovecharan del trabajo ajeno. Fuente: elpais
Clasificación
1.- Abraham Olano (España), 7.09.55 horas.
Continúan las dudas, y Olano aumenta su renta por encima de la barrera psicológica del medio minuto. A pesar de no haberse mostrado durante la prueba, Suiza, Italia y Francia respetan en exceso la figura de Indurain. Durante el último ascenso al puerto, Mauro Gianetti vuelve a atacar con todo. Sólo dos hombres pueden seguirle a rueda: Marco Pantani y Miguel Indurain. La ventaja de Olano al final del descenso era de algo más de veinte segundos, pero Indurain estaba ejerciendo de freno.
Pantani, el eterno pirata, miraba receloso a Miguelón que rodaba bajo esa imperial estampa con la que domino tiránicamente las carreras francesas a principios de los noventa. Ese rictus mezcla de benevolencia e insolencia. El seleccionador español José Grande tenía la sartén por el mango, y toda España soñaba con el doblete.
“No puede ser, no puede ser” se lamentaba al límite de sollozos Karmele, esposa de Abraham Olano en los micrófonos de COPE. Las imágenes de televisión mostraban la rueda trasera del de Anoeta con signos claros de ir pinchada, justo al paso del arco del último kilómetro. Lo que iban a ser minutos de gozo se transformaron en zozobra.
Olano se encomendó a algún santo, quien sabe si a su protector San Beltrán, y con dosis de sangre fría aguantó su ventaja y cruzó la línea de meta dando a España su primer oro en ruta. Lo mejor estaba por llegar. Indurain, más fresco, demostró que cuando tenía que esprintar era muy rápido y superó a Pantani, bronce, y Gianetti, en el esprint por la plata. España firmaba su mejor actuación mundialista, con dos oros y dos platas. Fuente: defemerides
Miguel Induráin no ganó el Mundial. El mejor corredor del mundo no exigió lo que era suyo, lo que por derecho le pertenece. Induráin no ha recogido la promesa de la historia de convertirse en el primer ciclista, español en ganar el Mundial. Miguel Induráin no cruzó el primero la meta, pero fue el campeón de la generosidad. El primero en levantar la mano después de cruzar la meta fue un compatriota suyo, su heredero natural, el guipuzcoano Abraham Olano, pero sólo Induráin, puede saber lo que le costó el gesto que facilitó el triunfo de un Olano protagonista del momento más emocionante quizás, de la historia del ciclismo mundial: Olano, con la rueda trasera pinchada, todo su peso sobre una goma que amenazaba con despegarse de la llanta -imposible frenar-, recorriendo los últimos kilómetros hacia la gloria, aguantando las acometidas de un terceto perseguidor -Pantani, Induráin, Gianetti- rabioso.
Ni siquiera pudo Olano levantar los dos brazos en triunfo. Levantó asustado la mano derecha. Con una rueda pinchada no había estabilidad para soltar los dos brazos del manillar. El Mundial más popular, aquel que el pueblo colombiano ha convertido en fiesta-dió lugar a la mayor gesta. Induráin soñaba con el Mundial, necesitaba que el maillot arcoiris refrendara su supremacía en el ciclismo mundial, anhelaba ese símbolo más todavía que la recuperación del récord de la hora. Y dejó que se le escapara todo por compañero.
Una exhalación
Cuando Olano dio gas a su bici en el llano previo a la última subida, Induráin controlaba el ralo grupo en que el destrozo del Mundial había convertido al gran pelotón. Induráin era el más fuerte, le habría sido fácil coger la rueda de Olano, abortar la escapada que se veía triunfal desde el momento en que la exhalación Olano pasó a su lado. El guipuzcoano era su rival. En la vuelta decisiva todo el que ataca va a ganar. Los colores del maillot importarían poco a casi todos. Menos a Induráin. El navarro no arrancó detrás de Olano, no cargó con toda la camarilla de chuparruedas que le seguían.
Aunque perdió el Mundial, hizo de gregario ideal, el mismo gesto que tantas veces ha hecho con sus compañeros del Banesto y que tantas veces ha sido criticado porque se decía que regalaba victorias menores. Así, cuando saltó Olano, Induráin le regaló el título. Hizo dudar a todos los rivales, obligó a todos a pararse sin que nadie se decidiera. La cizaña funcionó. Olano ganó la distancia necesaria para aguantar la última subida. A duras penas, pero una vez coronando con unos míseros segundos arriba sabía que el des censo era suyo, que sólo la des gracia le podría privar del, arco¡ ris. E Induráin también se sintió triunfador. Levantó el puño izquierdo con rabia, el gesto que suele hacer cundo gana una etapa. No sólo ganó Olano gracias a Induráin. Triunfó por el trabajo de otros 10 hombres. De Escartín, y Jiménez. De hombres con caras como cuchillos y piernas de hierro. Todo afilado. Sin un gramo de grasa. Para la épica daría tema el abulense José María Jiménez.
El Mundial de Colombia se cubrió en siete horas y diez minutos. Olano firmó una estadística de 143 pulsaciones de promedio y una frecuencia máxima de 177, mientras que la media total de velocidad de la carrera fue de 37,053 kilómetros por hora. Sólo terminaron 20 corredores. Abraham se convirtió en el primer español en ganar un mundial en ruta, pero declaró que seguiría trabajando para Rominger.
Si no hubiera ganado un español, si Induráin no hubiera quedado segundo, toda- la crónica se la ganaría el Chava de El Barraco. Y casi tanto el resto de seleccionados. Y los demás, que hicieron que la táctica funcionara con una precisión suiza. Que los italianos llevaran todo el peso en los momentos decisivos y que los suizos no se aprovecharan del trabajo ajeno. Fuente: elpais
Clasificación
1.- Abraham Olano (España), 7.09.55 horas.
2.- Miguel Induráin Larraya (España), a 35 segundos.
3.- Marco Pantani (Italia), mismo tiempo.
4.- Mauro Gianetti (Suiza), mismo tiempo.
5.- Pascal Richard (Suiza), a 53.
6.- Richard Virenque (Francia), a 1.31, minutos.
7.- Dimitri Konychev (Rusia), a 1.53.
8.- Oliverio Rincón (Colombia), mismo tiempo.
9.- Rolf Sorensen (Dinamarca), mismo tiempo.
10. Puttini (Suiza), mismo tiempo. Fuente: abc
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