El líder del Movistar logra su tercera Decana con un control absoluto en el último kilómetro.
Por Carlos Arribas.-
MADRID, España.- La primavera de las grandes clásicas, de los monumentos, anunciaba las primicias de los tiempos nuevos. De los podios desaparecían los nombres de siempre, qué se hizo de Cancellara o de Boonen, heridos y en segundo plano, y brillaban jóvenes como Kristoff o Degenkolb.
Es la glaciación del ciclismo, exclamaban las voces ansiosas de novedades. Así pasó Flandes. Así comenzaron las Ardenas, con Kwiatkowski, joven Polanco, enseñando el arcoíris de su pecho, y Alaphilippe, jovencísimo francés, mostrando agresividad, fuerza y ambición.
Se acabaron los viejos, continuaban diciendo los publicistas, ya no quedan dinosaurios en la tierra, y los que quedan se han hecho modernos y llevan barba. La historia, sin embargo, los cambios de eras, no son un corte nítido y claro, porque siempre hay un Valverde por ahí para romper los esquemas.
Alejandro Valverde tiene 35 años y corre, por fin, como lo hacía cuando juvenil o amateur, cuando era el Imbatido y sabía manejar desde la superioridad de sus piernas y la claridad de ideas todas las situaciones. Como si la bruma que entorpecía sus movimientos o le generaba un miedo insondable llegados los grandes momentos (finales de Mundiales, etapas clave del Tour, finales de clásicas) los últimos años hubiera desaparecido con los vientos belgas, el murciano ganó el miércoles con frialdad la Flecha Valona, el aperitivo del último Monumento de primavera, la Lieja-Bastogne-Lieja, que, con una lucidez táctica inesperada en el último kilómetro, también ganó el domingo.
Lanzó el sprint pasada la última curva, a 200 metros, y nadie pudo remontarle. Segundo, como el miércoles, fue Julian Alaphilippe; tercero, su tercer podido al final de la cuesta de Ans, fue Purito Rodríguez, quien a los 35 años está sacando los últimos brillos a su carrera.
Fue su tercera victoria en la Decana (fundada en 1892, la Lieja ha celebrado su 102° edición en 2015), después de las conseguidas en 2006 y 2008. Ya es una más que Bernard Hinault, quien se quedó en dos, y está a un largo de Moreno Argentin y a dos victorias del recordman de casi todas las carreras, Eddy Merckx.
“Sí, segundo en la Amstel, primero en la Flecha, primero en la Lieja, estoy muy contento”, dijo Valverde, el único español capaz de ganar alguna vez en Lieja.
“Lluvia, lluvia, queremos lluvia”, decía la víspera el Tiburón Nibali, como los niños pidiendo flan de postre. Llovió, pero solo al final, cuando ya los destacados entraban midiéndose en los gestos y en las miradas por los arrabales proletarios de Lieja, los barrios de los emigrantes mineros y los metalúrgicos.
Y cuando empezó a llover, lluvia que configuró luego en los rostros de los corredores la marca de barro del sufrimiento y el ciclismo, Nibali se descolgó, y a su rueda, o junto a él, también Kwiatkowski. Eran las víctimas de la estrategia atacante y agresiva de sus equipos, el Astana y el Etixx, y del Katusha de Purito; eran los comienzos de la última subida de los españoles.
Llovió ya cuando Valverde estaba lanzado y cuando todos sus rivales de toda la vida, los históricos, estaban derrotados. De Philippe Gilbert, el belga que nació al pie de La Redoute, y ganó en Lieja en 2011 la cuesta mágica del bosque de las Ardenas, se había encargado la caída que sufrió el miércoles en la Flecha.
De Daniel Martin (ganador en 2013, tercero Valverde) y de Simón Gerrans (primero en 2014, segundo Valverde) se encargó una gran caída cuando los corredores tomaban posiciones al pie de la estrecha Redoute en la que también resultaron tocados Nairo Quintana, Nicholas Roche (primo de Dan Martin) y, ligeramente, Nibali.
De las fuerzas y de la capacidad de discernimiento de la docena de corredores que recorrieron juntos los últimos kilómetros, se encargó la dureza de un recorrido, 10 cuestas más la subida final, 253 kilómetros, que les robaron seis horas y cuarto de vida.
Bajo el triángulo rojo del último kilómetros atacó Dani Moreno, el lanzador de Purito. Fue un momento crítico.
“Todos me controlaban a mí porque yo era el gran favorito”, dijo Valverde, a cuya rueda, Purito, ansioso, esperaba.
“Pero sabía lo que tenía que hacer. Nadie cerraba el hueco a Moreno, y yo arranqué a 600 metros, graduando mis fuerzas para no quedarme sin una bala para el final”.
Ese era el momento que esperaba Purito, quien debería remacharle para culminar la jugada. Lo que no consiguió.
“Es casi imposible ganarle a Valverde al sprint”, dijo el ciclista catalán, quien solo pudo asistir, un día más, al placer de Valverde.
“Ha corrido, además, de una manera muy inteligente: Nos ha llevado exactamente al lugar al que quería y donde sabía que íbamos a atacar. Para mí, este tercer puesto es una decepción. Veo la botella no medio vacía, sino totalmente vacía: ¡Creía que podía ganar” Es la carrera que más amo, y una vez más he dejado para la ocasión”. (EL PAÍS / CICLISMO / Lunes 27 de Abril 2015).
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